Primer gran viaje. Lima '80. Cusco. 11.

Cusco

Pisaq, Valle Sagrado, Ollantaytambo

17 de agosto de 1980

Nuestro día comenzó con el despertar a las siete de la mañana, tal como lo habíamos acordado, Agustín llegó a las ocho y media. Lo primero que teníamos pensado hacer era ir a comprar los boletos para de tren hacia Machu Picchu, y dos monjitas canadienses que también estaban en el hotel nos escucharon y nos dijeron: Si lo desean podemos comprárselo nosotras, vamos saliendo hacia la estación a comprar los nuestros para mañana. Los boletos había que comprarlos con un día de antelación, y la verdad es que nos ahorraríamos ese tiempo que podríamos invertir en nuestro recorrido por los alrededores de Cusco. Confiamos en ellas y le dimos el dinero.

Fuimos al Valle Sagrado de los Incas, que se extiende por la zona de un típico pueblo andino llamado Pisaq, a unos 30 km al noreste de Cusco. Íbamos bordeando el río Urubamba (1), las montañas que observábamos eran más bien áridas. Era domingo, día en que los campesinos de las cercanías bajan al pueblo a vender sus mercancías en la plaza, lo que convierte al pueblo en una especie de feria-exposición de productos agrícolas y artesanales, estos últimos, para los turistas que vienen aquí de muchas partes del mundo. Aunque hablamos de “cercanías”, algunos de los lugareños vienen caminando kilómetros cargando sus pesadas mercancías. Unos cinco kilómetros antes de llegar a Pisaq vimos a una señora llevando a cuestas su carga ¡y descalza! Según Agustín, esa señora había salido desde la madrugada para llegar al pueblo a tiempo para la venta. Varias veces nos detuvimos al borde de la carretera para tomar fotos al valle, al Urubamba y al pueblo que se veía a lo lejos.

Andenes Pisaq. Foto A.Gragossian 2018. Google Maps
Llegamos a Pisaq a las diez y media de la mañana, casi todo el pueblo está de la rivera norte del Urubamba. Agustín estaciona su auto y nos sugiere que fuéramos a ver las ruinas y caminar por los Andenes de Pisaq. Le preguntamos si vendría con nosotros, nos respondió que no porque “tenía que cuidar el carro”. Comenzamos por la plaza, donde había una gran cantidad de turistas comprando artesanías. No nos detuvimos, visitaríamos el mercado al regreso de los andenes. Debíamos apurarnos porque a las doce del mediodía se celebraría en la iglesia una misa en quechua y queríamos vivir esa experiencia, alguien nos dijo que había personas (turistas) que grababan estas misas para tenerlas como recuerdo del servicio religioso en runa simi.

Aun sin saber bien lo que eran los andenes, ni lo que íbamos a encontrar allí, comenzamos a buscar “el caminito” ¡y los encontramos! Junto a nosotros tres muchachas y un muchacho, todos peruanos. También vimos a otros alquilando caballos ¡qué vagos!  Comenzamos nuestro ascenso, en partes “penoso” especialmente para Gesualdo, por el que tuvimos esperar varias veces. Pasamos por senderos angostos, puentecitos, y curvas
Andenes Pisaq. Foto P. Westoo 2017. Google Maps
muy cerradas, verdaderos zig zags. Encontramos personas que hablaban de las ruinas, vimos algo que parecían ser, ya casi llegábamos, nos dio ánimo para seguir caminando. Gesualdo caminaba con las muchachas y aún así, ellas de vez en cuando tenían que esperarlo, el muchacho que iba con ellas se adelantó bastante, casi lo perdíamos de vista.

Camina que camina, siempre en ascenso, orillada en un lugar del punitivo sendero, encontramos a una exhausta gringa, casi desmayada por el cansancio o quizás por la altura o por la combinación de ambas circunstancias, le dimos ánimo para seguir, pero no fue mucho lo que nos escuchó.

De vez en cuando nos deteníamos a observar el maravilloso panorama del Valle Sagrado, llamado así por los sembradíos de maíz, alimento sagrado para los incas. La plaza del pueblo se veía completamente llena. Dirigimos nuestras miradas hacia arriba y nos dimos cuenta que las ruinas, la meta, estaban ya bastante cerca, dato este que nos impulsó a echar el resto de nuestras menguadas fuerzas. Luego de una curva, aparecen unas terrazas de piedra ¡los andenes!, por fin entendí de qué se trataba todo esto: ¡terrazas para sembrar maíz!, llegamos a una escalinata muy empinada con peldaños muy altos, como para gigantes, estrecha y muy larga, quizás de un centenar de metros, respiramos profundo y comenzamos el “asalto final”… ¡llegamos!. En el lugar había un fortín con su atalaya, supuse que se trataba de un punto de observación para el resguardo de los andenes. Gesualdo se veía aun muy lejos, las muchachas ya habían comenzado a subir la escalinata, pero nuestro compañero ni eso, decidimos esperarlo y mientras lo hacíamos, unos turistas europeos que venían bajando nos dicen: estas no son las ruinas principales, tienen que seguir subiendo. ¡Puff, qué desilusión!, había que seguir, encontramos un atajo, lo seguimos y ya al borde del desfallecimiento, llegamos a la ciudadela principal. Fue como haber coronado el Everest. Nos tiramos al piso mirando hacia el cielo infinito, pensando en nuestra gran hazaña, ¡lo habíamos logrado!, ¡vencimos la montaña!, en ese estado de éxtasis escuchamos una voz de mujer ya entrada en años, al principio parecía un susurro ininteligible que venía desde quién sabe que misterioso rincón de estos místicos parajes ancestrales, luego la voz se fue aclarando, hasta que se escuchó perfectamente: Coca Cola, Coca Cola… agua para refrescasrse… ¡Una señora indígena vendiendo refrescos!, ¿cómo logró llegar hasta ese sitio? ¿y cargando su mercancía?, los vendía solo un poco más caros que en el pueblo, yo los hubiese vendido hasta por diez veces su valor, el esfuerzo de llegar hasta allí lo justifica. Le compramos las Coca Colas, era las últimas que tenía y nos dice las vendí todas, voy al pueblo a buscar más. Quedamos atónitos con la fortaleza de esta señora, cuando al poco tiempo comenzamos a ver a otros turistas, casi todos ancianos, pero ¿qué es esto?, nosotros jóvenes, en good shape, a penas si pudimos llegar a la cima, y cómo es que estas personas a su edad también lo hicieron. Caminamos un poco más y se resolvió el misterio, por el otro lado de la montaña había una carretera y una buseta estacionada, así habían llegado los “viejitos”.

Estos turistas estaban guiados por un muchacho peruano que casualmente era un conocido de una de las muchachas que habían subido con nosotros, y nos dijo que si queríamos nos uniéramos al grupo porque iba a dar unas explicaciones sobre el lugar, pero en francés. Así lo hicimos, entre lo que le pude entender es que las casas que estábamos viendo eran de los sacerdotes y de la realeza, ¡fin de lo que entendí!

Ya eran más de las once y media de la mañana, ya no había posibilidad de asistir a la misa en quecha, bajamos por otro camino, seguimos encontrando ruinas, pero esta vez no nos detuvimos, bajamos casi trotando, estábamos preocupados por Agustín, ya tenía mucho tiempo esperándonos.

Mercado artesanías. Foto V. Bakhmutov. Google Maps
Pusimos pie en Pisaq y lo primero que hicimos fue ir a la plaza a sumergirnos en el mar de puestos de ventas de artesanías y víveres en general. Nos topamos con un personaje que tocaba un extraño instrumento parecido a un ukulele, pero la caja era el caparazón de un armadillo. Nos entretuvimos viendo los diferentes tipos de mercancía, pero con especial atención a las artesanías, objetos de plástico, tapetes hechos de piel de llama, cerámica y cosas por el estilo. Nos tomamos nuestro tiempo, cada quien compró “alguito”.

Agustín, que nos había esperado con mucha paciencia, nos dijo: dejamos a Pisaq para ir hacia Ollantaytambo. Pasamos por el pueblo de Urubamba, nuestro guía nos recomendó almorzar en el Hotel de Turistas de allí, donde los domingos se podía almorzar en una especie de all you can eat por una suma fija. Nos pareció buena idea, llegamos al hotel, la entrada fue de 1200 soles (casi 4 dólares, 17 bolívares). El lugar estaba lleno de personas, casi todos turistas. Comimos hasta quedar hartos, con cafecito incluido. Cuando nos disponíamos a salir, llegó una delegación de unos veinte japoneses, muy elegantemente vestidos, al estilo occidental. Se sentaron en unas mesas, y en unos instantes aparecieron unas muchachas muy jóvenes con vestimenta local a bailar danzas folklóricas, nos quedamos a ver el espectáculo. Muy bonito.

A las dos y media de la tarde llegamos a Ollantaytambo, que es el pueblo más incaico que visitamos. El idioma más escuchado es el runa simi (quechua), los apellidos de las
Ruinas Ollantaytambo. Foto P. Truong. 2018. GMaps
personas también lo son en este lenguaje. Cerca del pueblo están las famosas ruinas de Ollantaytambo, que como es usual para llegar a ellas hay que subir unas muy luengas escalinatas y sus laberínticos pasadizos, comenzamos a subir, ir de acá para allá, todo estaba completamente lleno de turistas. En uno de esos caminitos nos encontramos con unas de esas casetas que probablemente eran puestos de guardias, tenían una serie de ventanas. Agustín nos sugirió que entráramos y sacáramos las cabezas cada quien por una ventana y que él nos tomaba una foto así, no me gustaba mucho la idea, pero para complacer a nuestro guía, así lo hicimos. Unos alemanes que vieron lo que hacíamos, esperaron su turno para ellos hacer lo mismo, les había dado mucha risa vernos en esa pose.

Entre las cosas que recuerdo del lugar, fue una pequeña construcción encajada en media montaña donde estuvo presa una princesa hija de Ollantay. En el cerro de enfrente había otras construcciones muy bien conservadas que al parecer habían sido usadas como cárceles. Había dos, una para hombres y otra para mujeres. Los sentenciados a muerte eran lanzados por los precipicios que por allí abundaban. A lo lejos estaba una montaña, hacia el otro extremo, donde extraían las piedras para la construcción de las terrazas, escalinatas, templos, fortalezas, cárceles y demás, que conforman este complejo de Ollantaytambo. Y según se dice, pudo haber sido más grande, pero todo fue interrumpido con la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI.

En el camino de regreso a Cusco, Agustín nos venía contando la historia del lugar. El nombre del sitio significa “Lugar de reposo de Ollantay”, y Ollantay era un famoso guerrero inca, muy importantes, era algo así como un ministro de defensa o un general en jefe de los ejércitos. Era muy amigo del Pachacútec, el rey supremo, de quien era su mano derecha y lo quería como a su propio hijo. Ollantay se enamoró de la hija de Pachacútec, Cusy Coyllur, amor prohibido ya que Ollantay era de origen humilde. Pidió su mano, pero el rey se la negó. De ese amor furtivo, nació la Ima Sumaj. Al descubrirse la relación entre Ollantay y Cusy Coyllur, éste es expulsado de la corte y la muchacha, encerrada en un calabozo. Comienza una lucha entre los seguidores de Pachacétec y los de Ollantay, este último toma como cuartel general el lugar que hoy se conoce como Ollantaytambo. Pasaron los años, Pachacútec muere y le sucede Túpac Yupanqui, quien mediante una artera acción logra capturar a Ollantay, luego es perdonado y le son conferidos puestos más altos. Ollantay se reencuentra con su amada Cusy Coyllur en un apasionante episodio, dando feliz término a la historia. Años después me enteré que esta historia la tomó Agustín de un drama originalmente escrito en quechua de autor anónimo.

El camino de regreso fue muy interesante, las grandes montañas, los ceibos, los retamales y demás elementos del reino vegetal que adornan y dan vida a esta región de los Andes peruanos.

A las seis de la tarde, ya en Cusco, nos despedimos de Agustín y de una vez nos dirigimos al teatro de danzas folklóricas. Yo había preguntado por las misas y me dijeron que a las ocho y media había una en la iglesia de La Merced, ¡podíamos hacer las dos cosas!

Llegamos a buena hora al teatro, pero ¡se acababa de ir el servicio eléctrico! (como decimos en Venezuela ¡se fue la luz!), sin embargo, las expectativas de que regresara eran altas ya que aún sin luz, vendieron los boletos para la próxima presentación. Tal como lo esperaban los organizadores, se restableció el servicio eléctrico, se abrieron las puertas, hicimos el esfuerzo por sentarnos en primera fila para tomar buenas fotos ¡y lo logramos! (lo de sentarnos en primera fila, no lo de las fotografías). Justo frente a nosotros estaban los músicos, todos ellos nativos, a nuestro lado había una familia de turistas europeos, en realidad casi la totalidad de los espectadores eran turistas. El teatro se llamaba Teatro Folklórico de Qosqo, y desde hacía unos 25 años se hacían allí presentaciones folklóricas diarias de las diferentes regiones de Perú. Las explicaciones se hacían en español e inglés. Salimos muy satisfechos con el espectáculo, especialment
Teatro Municipal. Google Maps 2015.
e con la interpretación de “q’enistas” del Condor Pasa.

Salí del teatro casi a las ocho y media, ¡la misa!, salí corriendo hacia la iglesia de La Merced dejando atrás a mis compañeros, cuando al fin llegué encuentro al monaguillo cerrando las puertas del templo, ya no había más misas en todo Cusco, ¡buéh, Dios sabe que lo intenté! Como aún era relativamente temprano, nos fuimos a caminar por las callecitas del casco central, había muchos turistas también por aquí y por allá, unos caminando, otros en grupos conversando, nos acercamos a uno de estos y José Manuel escuchando a uno de los tertuliantes dice ese es venezolano, ¡es más, de Caracas!  Le preguntó y efectivamente era un caraqueño que estaban recorriendo Sudamérica. Era de nuestra edad y se llamaba Roberto Mora, vivía en Puerto La Cruz, pero estaba estudiando arquitectura en Caracas. En una de esas pausas de nuestra conversación nos pregunta ¿cómo hacen ustedes para soportar el frío?, ¿no tienen penquitas (2), ¡yo si tengo la mía! Nos pidió cigarrillos Astor, muy famosos en Venezuela por aquellos tiempos, le dijimos que ningunos de nosotros fumaba… bueno, seguramente le pareció que nosotros éramos unos zanahorias aburridos y perdió interés en seguir en nuestra compañía. Según nos dijo, tenía familiares importantes en Venezuela, y gracias a eso había logrado recomendaciones para las embajadas de varios países latinoamericanos, lo que lo ayudaba en su recorrido. El día anterior había estado en Machu Picchu, aprovechamos por preguntarle si era muy frío, y nos dijo ¡nada de frío! Está en una zona sub tropical, no a mucha altura.

A las diez ya estábamos de regreso en nuestro hotel, con la ansiedad de que amaneciera rápido, al día siguiente llegaríamos al clímax de nuestro viaje: ¡la ciudad sagrada de los incas, Machu Picchu!



NOTAS:
(1)   Desde su nacimiento hasta el pueblo de Urubamba, el río recibe el nombre de Vilcanota, luego se le conoce como Urubamba, Urupampa que en quechua significa Meseta de arañas,
(2)   Penquita, uno de los nombres populares para la marihuana.

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