XV. ¡Semana Santa en Roma! (1973).

Las vacaciones de Navidad / Fin de Año pasaron sin ningún hecho relevante, supongo que es así porque realmente no me acuerdo de nada.

En el colegio también todo seguía en normalidad, las clases de Educación Artística con el Hermano Antonio Franco eran muy interesantes, pintamos al carboncillo, creyones y acuarela. Este profesor tenía una manera muy particular de hacer las letras con los marcadores que tienen la punta gruesa, rectangular y con un corte diagonal, me copié su estilo y hasta el presente lo sigo usando. Me sirvió mucho durante toda mi vida de escolar, y en la universidad, siempre era yo quien hacía los carteles, que, modestia aparte, me quedaban muy bien. La misma técnica la usé para ayudar a mis hijos a hacer sus trabajos en la escuela.

Yo seguía asistiendo a Pozo Viejo, allí estudiábamos, jugábamos fútbol, básquet y voleibol. Si estábamos allí a eso de las 4 de la tarde, alguien pasaba recogiendo un real (Bs. 0,50) para la merienda, que consistía en alguna galleta y un refresco. Ya nos habíamos acostumbrado a esa rutina y fue una sorpresa cuando un viernes a la hora de la merienda me doy cuenta que nadie pasa preguntando si iría a merendar, extrañado pregunté y me dijeron: los viernes no merendamos, es nuestra “mortificación”, nos ayuda a recordar el sufrimiento de Cristo el Viernes de Pasión. Bueno, acaté la norma y también me unía a los “mortificantes” de los viernes.  De vez en cuando hacíamos paseos para la playa de Caimare Chico, en esa época aun no estaba en servicio el puente sobre el río Limón, el cual fue inaugurado por el presidente Caldera ese mismo año de 1973. El cruce se hacía mediante una gabarra (transbordador) en el cual cabían unos pocos autos, no podría decir el número pero debían ser menos de 10. Si uno no lograba tomar de una vez el transbordador, había que esperar en la carretera, y se hacían unas colas de carros, que con frecuencia llegaban a la zona de los manglares, estas plantas estaban a ambos lados de la vía y cuando eso pasaba, alguien siempre decía: ¡Cierren las ventanas que entran los jejenes!, sino se hacía a tiempo estos molestos insectos voladores pasaban desapercibidos hasta que se sentía el agudo pinchazo de la picada. Una vez en el otro lado, era como si hubiésemos llegado a otro mundo, y un letrero al lado de la carretera, a unos metros del sitio donde llegaba la embarcación, tenía un mensaje de varias líneas escritas en wayüünaiki que reforzaban la idea del arribo a un lugar exótico. Supongo que el aviso daba la bienvenida al territorio Wayüü.


Un tiempo prudencial antes del comienzo de la Semana Santa mi papá me dice, la gente del Opus Dei vino a hablar conmigo y con tu tío Monzón para que participes en una reunión mundial del Opus Dei en Roma durante esta Semana Santa, el viaje se puede pagar por cuotas y tu tío Monzón se ofreció a ser el fiador. ¡Caramba! ¡Qué gran oportunidad para conocer Roma!. Casi no lo podía creer, sería mi primer gran viaje al exterior, ya había ido a Colombia, pero solo a Cúcuta, y eso parecía Venezuela en casi todos los aspectos.

Tuvimos varias reuniones de preparación en Pozo Viejo, se trataba de una reunión Mundial que se hacía todos los años a Roma para conocer al fundador del Opus Dei, José María Escrivá, o “El Padre”, como se le llamaba. De Maracaibo apenas íbamos tres, Humberto Matheus, miembro del Opus Dei, Fernando “Tito” Matos, compañero del colegio y yo.

Traté de documentarme cuanto pude, en el colegio puse especial atención a las clases de educación artística ya que estábamos en la parte de los grandes pintores y escultores como Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci, muchas de cuyas obras se encontraban en los museos de Roma y el Vaticano. No recuerdo como, pero tenía mi pasaporte, de esos vinotinto de cartón duro con un gran escudo de Venezuela que resaltaba por su color dorado.

Y llegó el gran día. Humberto Matheus, que para ese entonces tendría unos 20 años, y yo, de 14 años nos dirigimos a Caracas en un autobús de Expresos Occidente, en esa época los buses no tenían acondicionadores de aire, ni eran tan cómodos como los de hoy. Tito se fue en avión. Yo me había llevado el libro Casas Muertas de Miguel Otero Silva, que el hermano Franco, que también nos daba Literatura, nos había pedido que leyéramos. Creo que solo me dediqué a su lectura durante el trayecto en bus, especialmente de regreso, no se por qué, pero claramente me acuerdo de esto. El libro lo volví a leer en 2012 para escribir mi reseña sobre Ortiz, pueblo donde se desarrolla la novela.

Visa italiana
En Caracas nos reunimos con el resto de los participantes, casi todos de Caracas, había un muchacho ya mayor (de unos 20 años) que venía de San Cristóbal y era muy echador de broma, y fue quien aportó más para hacer el viaje divertido. En la capital pernoctamos en el “Pozo Viejo” de Caracas, cerca de donde estaba la embajada de los Estados Unidos, era una edificación que siglos atrás fue una hacienda colonial. Ya la conocía pues la habíamos visitado en nuestro viaje en 1971.

El grupo era como de unas 25 personas, no menos de 15 eran contemporáneos conmigo, sus nombres se me han borrado de la memoria, pero entre ellos estaban un hijo del Canciller Arístides Calvani (me había hospedado en su casa en 1971), y otro muchacho que le decían el “Chino Maggi”, Maggi era su apellido, y lo de chino era porque tenía los ojos achinados aunque no era chino.

Muy temprano en la mañana del día siguiente nos fuimos todos al aeropuerto de Maiquetía, el jefe de la delegación recogía los pasaportes de todos para hacer los trámites en inmigración. Varios de mis compañeros de viaje me preguntaron si yo estaba viajando porque mis padres me habían pagado el pasaje o si había sido por alguna gestión de ayuda o algo así, realmente aun no comprendo por qué me preguntaban eso. La primera vez que me lo preguntaron Humberto respondió antes de que yo dijera algo, ¡Viene por gestión! y el que me preguntó exclamó ¡Eso es, así se hace!, a lo que Humberto agrega ¡Sí, pero las gestiones se las hice yo!. Allí comprendí que él fue quien habló con mi papá y con mi tío Monzón para lo del viaje. Yo iba a contestar que me lo había pagado mi papá, pero ¡bueh! ¡No le di importancia al asunto!. El pasaje en Pan American, vía Nueva York, costó 1600 bolívares, en no se cuantas cuotas de 120 bolívares mensuales. El hospedaje y comida fue de Bs 500 y yo me llevé algo así como 100 bolívares, de donde tuve que sacar para pagar el impuesto de salida, fue una sorpresa, no sabía de ese impuesto, tampoco me acuerdo cuánto era, pero lo cierto es que ¡restó algo de mis 100 bolos!.

El 13 de abril de 1973, en horas de la mañana, nos embarcamos en un jet de la línea Pan American hacia Nueva York, en aquellos tiempos no había esos corredores cubiertos que lo llevan a uno directo al avión, sino que había que caminar hasta la aeronave y subir por las escaleras móviles. Muy emocionante todo, siempre había deseado volar en uno de estos jets a algún país del mundo.

Si contratiempos llegamos al aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, dado que el vuelo hacia Roma salí en unas pocas horas, no tuvimos tiempo para visitar la ciudad, sin embargo, desde el avión vimos las torres gemelas, inauguradas en 1971, y el fabuloso Empire State Building. De manera que no nos quedó otra opción sino dar vueltas por los espacios internos del aeropuerto. El más grande que jamás había visto, lleno de personas caminando de un lado a otro, personas de todo tipo en una diversidad de idiomas. A mi me gustaban mucho los bolígrafos y plumas fuentes de la marca Parker, aunque solo tenía un bolígrafo de los más sencillos, un Parker 45. Y allá en el aeropuerto vi otro bolígrafo Parker que no conocía, pero era también sencillo, con el cuerpo de plástico azul oscuro y más grueso que lo normal, no aguanté y me lo compré. Creo que fue el único objeto que compré durante todo el viaje.

El trayecto Nueva York – Roma lo hicimos en un 747 de Pan American, el más grande los aviones del momento y por mucho tiempo fue así. Salimos de cuando ya anochecía, me gustó mucho cuando la nave comenzó a rodar para dirigirse al punto de la pista para comenzar su impulso para el despegue. Habían otros aviones por delante, aviones de diversos países, una verdadera colección de logos de aerolíneas internacionales, me sentí como parte activa de la comunidad mundial.
Fue un viaje entretenido a pesar de las ocho o nueve horas, hubo uno que hasta llevó un tablero de ajedrez, yo tenía mi librito y seguramente algo dormí.

Aterrizamos en el aeropuerto Leonardo da Vinci, al cual todo el mundo le llamaba Fiumicino, que sirve a la ciudad de Roma. A mi me sonaba raro eso de Fiumicino, ¿será esto Roma? Pensé. Fiumicino es el nombre del pueblo donde está el aeropuerto, cuyo nombre significa "Río pequeño", ya que en italiano "fiumi" es río. Hicimos los trámites de entrada, otra vez el jefe del grupo había recogido todos los pasaportes y fue el quien se entendió con las autoridades. Pasé un susto en el aeropuerto al momento de buscar mi maleta, solo llevaba una, era color verde claro y la había comprado mi mamá para la ocasión. Estando en el carrusel de entrega de maletas veía como todos recogían la suya y la mía no aparecía, siempre he tenido (y aun lo tengo) el temor de que mi equipaje se pierda… ¡y en esta oportunidad se perdió!. Ya todos tenían su maleta menos yo, entré en pánico, ya todos se estaban retirando, me puse a mirar hacia todos lados, di unas cuantas vueltas por allí, hasta que al lado de una columna vi una parecida a la mía, llegué hasta ella y en la etiqueta tenía mi nombre ¡me salvé!, la tomé y salí corriendo a alcanzar el grupo que ya salía. A lo lejos vi a un señor con una maleta igual, presumo que lo que pasó fue que este sujeto tomó mi maleta del carrusel pensando que era la de él, y al darse cuenta la dejó botada para ir por la suya, si fue así ¡qué irresponsable y falta de consideración!, debió haberla devuelto al lugar de entrega de equipajes.

Nos hospedamos en un colegio de religiosos (curas) en las afueras de Roma, en la Via Appia Nuova, se llamaba Castell Sassone. Bastante grande y muy bien equipado, era un colegio del tipo “internado”. Se hospedaban allí otras delegaciones, la más grande era la de España, también habían irlandeses, ingleses y mejicanos. Quizás había personas de otros países, pero esos son los que me acuerdo.

En el cuarto que me asignaron dormíamos seis, en tres literas. Luego de cada jornada, dormía realmente como muerto, caía súper cansado y creo que no pasaba más de un minuto en alcanzar un sueño profundo y seguía así hasta la hora de despertar. En realidad así ha sido casi todo mi vida, me duermo apenas pongo mi cabeza en la almohada y cuando abro los ojos ya es otro día, es como atravesar una puerta del tiempo, desde hace años coloco el despertador media hora antes de la hora en que me debo despertar con el snooze cada 9 minutos para tener la sensación de que he dormido algo. Exagerando un poco, siempre digo apenas apago la luz del cuarto porque ya voy a dormir, ya suena el despertador, es como si apagar la luz accionara el sonido del reloj despertador, ¡y le doy al snooze, y no se calla!.

Teníamos una agenda apretada, llena de actividades, luego del desayuno abordábamos los buses que nos llevarían a Roma. Tengo que reconocer, que aunque fue un viaje para reunirnos con El Padre, también hicimos mucho turismo. El viaje desde Castell Sassone al centro de Roma duraba como una hora, los organizadores aprovechaban para rezar el rosario en el idioma internacional de la Iglesia, el latín. Me gustaba mucho, más que por lo exótico del lenguaje, que por el contenido en sí, Ave Maria gratia plena… y las letanías Stella matutina, miserere nobis, Mater Salvatoris, miserere nobis… y así. Después del segundo Ave Maria yo caía en un apacible y placentero viaje por el reino del dios Somnus, tan profundo que siempre me tenían que despertar porque ya habíamos llegado a nuestro destino. Realmente me daba cierta vergüenza el quedarme dormido apenas al comenzar el rosario, hice mi mejor esfuerzo por permanecer despierto, pero nunca, nunca lo logré. En algunos de estos recorridos, mejor dicho, ya en el bus, pero antes de comenzar el rosario, tuve algunas cortas conversaciones con compañeros de otros países, en una de esas ocasiones se sentó a mi lado alguien de apellido Puig, lo supe porque todos teníamos un distintivo con el nombre de cada quien y el logo ICU 73, el “ICU” era por “Instituto per la Cooperazione Universitaria”, la verdad es que aun hoy no se cuál fue la relación de ICU con nuestra reunión, pero así fue. Pues, cuando le dije a este muchacho (mucho mayor que yo), que “Puig” era la marca de unas galletas en Venezuela, se molestó un poco, no por lo de las galletas, sino porque había pronunciado su apellido tal como se lee en español. Mi apellido se pronuncia “push” (al menos eso entendí), no Puig, es catalán. Lección aprendida, ahora digo así hasta para referirme a las famosas galletas María de Push. Otro personaje fue un muchacho, mayor que yo también, que venía de Kenia o Tanzania y lo recuerdo porque se llamaba Andrew Kiura, y el hecho mnemotécnico fue que alguien de los venezolanos que estaba con nosotros dijo ¿Andrew, kí ura es? (¿qué hora es?). ¡Esa pequeña broma hizo que me acordara de él toda la vida!.

Antes del viaje escuché a un amigo de mi papá decirle, ese viaje a Roma del hijo tuyo es una pérdida de tiempo y dinero, solo tiene 14 años, ¡cuando sea mayor no se va a acordar de nada!, pues el tiempo no le dio la razón, me acuerdo de muchísimas cosas de ese viaje, fuimos a muchos sitios, quizás no pueda decir en qué orden fuimos para acá o para allá, pero sí los sitios a los que fuimos y con un buen nivel de detalle, tanto así que 45 años después del viaje estoy escribiendo unas cuantas páginas sobre mis experiencias en ese acontecimiento.

El orden cronológico de lo que sigue no es muy riguroso, pero lo que importa es la narración.

Monumento a Víctor Manuel II.
Al ir entrando a Roma, que casi no tenía edificios altos, se veía la famosa cúpula de la basílica de San Pedro, una vista espectacular. Una vez dentro de la ciudad, lo que más me llamó la atención fue el Monumentísimo o Altar de la Nación, un monumento con muchas columnas hechas de mármol, fue uno de los sitios que más me gustó de Roma, le hice el comentario a alguien de allí y me dijo que a muchos
no les gustaba porque el mármol fue extraído del Coliseo. He investigado, aunque no muy profundamente, sobre la construcción de este monumento y lo que encontré es que el mármol fue extraído de las canteras de Botticino y no el que tenía el Coliseo. Oficialmente se llama Monumento Nazionale a Vittorio Emanuele II, pero me lo presentaron como el Altar de la Patria. A un lado de la extraordinaria construcción había unos fragmentos de una gran estatua, creo que se trataba de Constantino o Adriano, también un pie. Mereció otra foto, pero también “se veló”.

Me había llevado una camarita Kodak, de esas que eran casi desechables. Aquí tomé mi primera foto, pero la tomé desde el bus en movimiento, y no salió. En realidad del rollo de 24 fotos solo salieron como 5, yo apenas salí en una ¡y mirando para atrás!, es decir, un desastre en cuanto a fotos. Muchas se dañaron porque la cámara se me cayó y se abrió dañándose casi todas las fotos que había tomado.

Estoy seguro que este monumento fue lo primero que me interesó en Roma, hubo muchas otras cosas que me llamaron la atención, lo que no recuerdo es el “orden de aparición”, de manera que los siguientes sitios serán en un orden que no necesariamente fue así.

El Coliseo.
El coliseo por dentro
No podía faltar la visita al Coliseo, uno de los símbolos de Roma, cualquier visita a la Ciudad Eterna quedaría incompleta sin haber puesto el pie en esta extraordinaria construcción tan rica en historia. Sin embargo, me decepcionó un poco, habían zonas en la parte exterior que estaban reconstruidas y se notaba un fuerte contraste con la parte “original”, quizás lo hicieron así para que se viera cómo lucía en la antigüedad, aclarando que me habían dicho que en su época, el exterior tenía mucho mármol.

Una vez en el interior, ¡otra sorpresa!, esperaba una “arena” como en las plazas de toros, pero no, lo que había era como unas columnas y corredores de piedra, luego alguien me explicó que la “arena” estaba sobre esas columnas y pasadizos, pero con el tiempo se desapareció, quedando la parte inferior, donde se preparaban los gladiadores y demás personajes (y quizás hasta animales) antes de salir a la superficie a presentar su espectáculo.

Piazza Navona
Piazza Navona
En mi opinión, el área donde se encuentra esta plaza es una de las más acogedoras de Roma (por lo menos de las que fuimos), muy buen ambiente por allí. Antes de visitar la plaza fuimos a una de las pizzerías de la zona, una bastante grande. Los 20 ó 30 que fuimos de Venezuela, nos sentamos todos en una gran mesa (que probablemente era un arreglo de mesas para 4 personas). Una vez acomodados, llega el mesonero y nos pregunta: ¿Cuántas pizzas son? Y como cosas de muchacho, todos empezamos a decir con qué la queríamos: la mía con jamón, la mía con peperone, la mía con maíz y tocineta… es entonces cuando el mesonero nos lleva a conocer la cruda verdad: ¡Todo eso son inventos americanos, la pizza es solo de que queso, con su salsa por supuesto!. Para beber, casi todos pedimos Pepsi, no las trajeron en botellitas pequeñas, como en casi todas partes donde íbamos. No recuerdo en el restaurante, donde quizás eran más caras, pero por lo general costaba, al cambio, Bs 1,50, nos pareció un escándalo porque en Venezuela, y por muchos años más un refresco, más grande que la botellita de aquí, costaba solo Bs 0,25.

Luego de las pizzas fuimos a la Piazza Navona, tiene tres fuentes, pero la que recuerdo es la llamada Fontana dei quattro fiumi, hay unos personajes que representan los cuatro grandes ríos del mundo occidental de la antigüedad: el Ganges, el Nilo, el Danubio y el Río de La Plata. Alguien de dijo que una de las estatuas está como horrorizada por lo mal hecha que está la iglesia de santa Agnese que se encuentra frente a la fuente, y así lo había creído (y contado a muchas personas) y quizás eso fue lo que me ayudó a recordarla, pero recién me enteré que es una infundada creencia popular, ya que la fuente es más antigua que la iglesia.

En medio de la fuente hay un verdadero obelisco egipcio, muy parecido al que se encuentra en la plaza de San Pedro en El Vaticano y también en la Plaza de La Concordia de París.


Villa Borghese
De alguna forma llegamos a la Piazza di Spagna y su famosa escalinata que lleva hasta la iglesia Trinitá dei Monte, que también tiene su obelisco frente a la entrada. De allí pasamos a gran parque llamado ahora Villa Borghese, que perteneció a una de las familias más poderosas de Roma en los siglos XVI y XVII, lo único que recuerdo, además de sus árboles y jardinería, es el extraordinario reloj de agua conocido como el Hidrocronómetro. Se dice que es de agua porque con agua funciona. Fue inventado por un sacerdote llamado Giovan Battista Embriaco en 1867 y presentado en la Exposición Universal de París de ese mismo año.



Catacumbas de San Calixto

Muy interesante este lugar, ubicado en plena Via Appia.  Fue un cementerio subterráneo que se comenzó a construir en el siglo II y en el siglo III comenzaron a ser administradas por la iglesia, siendo el papa San Calixto (c. 155 – 222) su primer promotor. Allí se encuentran enterrados los papas del siglo III (excepto él mismo) y muchos mártires. Solo tengo en mi memoria a Santa Cecilia, a la cual degollaron por su resistencia a dejar el cristianismo. Es un laberinto de pasadizos y cámaras que en las épocas de las persecuciones sirvieron de refugio para cientos de los primeros cristianos.

Nuestro guía era un señor que hablaba un español completamente neutro, le pregunté que de dónde era y me respondió: adivina. Hice algunos intentos: México, Venezuela, Cuba… quedé con la duda, no me dijo. Lo que sí me dijo es que un buen guía debe hablar de forma tal que no se sepa de qué país proviene.

Vida en el hospedaje
Como ya he mencionado, nos hospedamos en un colegio de religiosos, Castell Sassone, ubicado en la Via Appia Nuova, en las afueras de Roma. Allí pasamos los 8 días del encuentro, con comida y todo, tuvo un costo de ¡500 bolívares!, ¡qué tiempos aquellos cuando nuestra moneda era una de las más valoradas del mundo!

Había otros centros de hospedaje, ya que, según se me informó, al encuentro asistieron unas 9 mil personas de muchos países de todo el mundo. Decían que de los 9 mil, 6 mil eran mujeres y 3 mil hombres. Pero nunca coincidimos, salvo en la audiencia con el Papa Paulo VI.

En nuestro grupo estaban participantes de España, México, Inglaterra, Irlanda. No recuerdo ningún otro grupo, pero los de España eran muchos, diría que mucho más de cien.

Algunos pasajes anecdóticos.

·        Uno de los “jefes” del grupo español, era una especie de director de corales, y desde el primer día nos dijo: Vamos a hacer un festival de canciones de los diferentes países aquí reunidos, así que vayan practicando un tema y la última noche haremos las presentaciones. Además, hay que seleccionar una canción para que la cantemos todos, y como los españoles, que somos la mayoría, y que todos nos sabemos “La Bella Lola”, es más fácil que nosotros se la enseñemos a los no no-españoles, de manera que la iremos practicando cada vez que tengamos una oportunidad, y con ella abriremos y cerraremos el festival.

Comencemos ahora:


Cuando en la playa la bella Lola,
su larga cola luciendo va,
los marineros se vuelven locos y
hasta el piloto pierde el compás.

y así lo hicimos, el sujeto encontró tantas oportunidades para enseñarnos la canción, que hasta el sol de hoy me acuerdo de ella.

Entre nosotros había un muchacho de San Cristóbal que sabía tocar el cuatro y fue quien dirigió nuestro grupo, creo que cantamos Brisas del Torbes. El festival no era un concurso, solo eran presentaciones. Nosotros al principio creíamos que éramos los mejores, pero no fu así, ¡cuidado y no fuimos de los peorcitos!.

·          En uno de los patios de la parte de enfrente había una cancha como de “bolas criollas”, y yo le dije a alguien, parece que aquí tienen un juego parecido, ¿cómo se jugará?, a los días vimos a unos señores jugando bolas criollas exactamente igual que en Venezuela. Yo creía que solo se jugaba en nuestro país, tanto así que se llamaba bolas “criollas”. En el transcurrir de mi vida me he llevado unos cuantos chascos con este tipo de creencias, por ejemplo, lo mismo pensé del dominó, o del río Manzanares (tremenda sorpresa cuando me enteré que al río cumanés le pusieron así por el río de Madrid. La orquídea, la flor nacional, que hasta el nombre es griego (por cierto, bien feo el significado: “que tiene forma de testículos”). O cuando me enteré que “Nabisco” significa “National Biscuit Company”, ¡y tan criollitas que las tenía!.

·          En algunas paredes habían unos artefactos metálicos que calentaban el ambiente durante las noches frías, eran una especie estufas. Una vez descubiertas, con frecuencia nos manteníamos pegadas a ella, porque el ambiente era bastante frío. Recuerdo que una de las primeras mañanas, también muy frías varios corrimos a “pegarnos” a uno de esos calentadores, y cuando hicimos contacto, grrrr… estaban a punto de congelación, ¡las apagaban de día!.

·          Yo siempre he sufrido de claustrofobia, no tan severa, ¡pero claustrofobia al fin!. Uno de los jueguitos que hacíamos era meternos en los ascensores (el edificio era como de 4 pisos), y alguien le daba a un botón que paraba el elevador y abría la puerta para que apareciera una pared de ladrillos, nos quedábamos unos segundos así y luego seguíamos hacia otro piso. No se como pude participar en eso.

·          A la hora de cenar nos sentábamos en una gran mesa, cada cierto espacio colocaban una cesta de panes redondos, pero la corteza era tan dura, maguer la parte interna era blanda, que siempre había alguien que decía en voz alta señalando la cesta: ¡pásame la cantera, por favor!.

A veces entablaba interesantes conversaciones con mis compañeros comensales, como cuando le comenté a un mejicano que en Venezuela hacíamos películas de largo metraje, a lo que respondió ¡No lo sabía!, nunca he sabido de alguna película venezolana, mejicanas sí, muchísimas y desde hace muchos años. Y así era, no recordaba el nombre de ninguna película venezolana, pero mejicanas sí, artistas como Cantinflas, Pedro Infante, Tintán y así otros. Repentinamente alguien dice en inglés, levantando una copa de vino For the Queen, como respuesta, no tan fuerte, se escuchó otro For the Queen, pero en tono burlesco. Alguien me explicó que quien brindó por la reina era un inglés, y el de la burlita era un irlandés. Pensé, ah, por lo de la guerra entre católicos y protestantes, y me aclararon que la prensa y el común de la gente lo manejaba así, pero en realidad lo que pasa es que la mayoría de los irlandeses son católicos y la mayoría de los ingleses protestantes.

Audiencia con el Papa Paulo IV.
Y llegó el día del encuentro con el Papa, para ese entonces era Paulo IV. Muy temprano salimos de Castel Sassone en varios autobuses. Al llegar al Vaticano, ya habían miles de personas también del Encuentro Mundial del Opus Dei, fue la primera vez que vi a miembros de la sección femenina.

Entramos a la Plaza de San Pedro, con su impresionante obelisco egipcio en el centro de la plaza, pero más impresionante fue la columnata alrededor de toda la plaza, las estatuas de los santos y la inmensa iglesia con su cúpula.

San Paulo VI
Al entrar lo primero que busqué fue la escultura de Miguel Ángel, La Piedad, la cual ya había dibujado al carboncillo en como parte de la asignatura “Educación Artística” con el hermano Antonio Franco. Modestia aparte, creo que me quedó muy bien. A veces pienso que debí haber estudiado pintura, me he sorprendido de mi mismo, especialmente cuando ayudaba a mis hijos a hacer las tareas cuando les pedían que llevaran dibujos. Regresando a La Piedad, ésta había sido objeto de muchísima atención a nivel mundial luego que en mayo del año anterior (1972) fue víctima de un ataque por un geólogo australiano de origen húngaro, logrando golpearla varias veces con un martillo, le rompió el brazo y la nariz. Inmediatamente comenzaron los trabajos de restauración y cuando la pude ver, en abril de 1973, ya estaba como nueva, pero con un vidrio antibalas enfrente.

Realmente es una iglesia impresionante, hay que dedicarle muchas horas a verla, no fue nuestro caso, ya que el motivo de nuestra visita fue la audiencia con el Papa, el cual nos dedicó unas palabras, quizás una media hora, y luego salió por el centro de la iglesia en la famosa silla llevada por cuatro personas. Fue buena idea ya que al menos todos lo pudimos ver, si hubiera ido caminando con seguridad solo algunos en posiciones privilegiadas lograrían verlo. Lástima que no me acuerdo de ni siquiera una palabra de su charla.

Luego fuimos a algunos de los llamados Museos Vaticanos. Entre las obras famosas que recuerdo, está el Discóbolo de Mirón, que en realidad es una copia de la original de bronce hallada en la Villa Adriática en Tívoli.

Pero sin lugar a dudas lo que se me grabó con fuego en la Capilla Sixtina, primero el techo, ¡de una vez! A buscar la famosa “Creación” de Miguel Ángel. La había visto tantas veces en libros, y televisión que no me sorprendió tanto, como sí lo hizo su tamaño, pensé que era algo descomunalmente grande, pero no fue así, son una serie de recuadros pintados en el techo, cuya primera imagen es la de los dedos índices de Papa Dios y Adán, recién hecho, que casi se tocan.

Luego de hacer el recorrido con la cabeza hacia arriba, regresé hacia el altar para ver el impresionante fresco, también de Miguel Ángel, que representa al “Juicio Final”, de refilón me hizo acordar de una pintura similar (salvando las distancias) que se encuentra a la entrada de la iglesia Corazón de Jesús en Maracaibo, de pequeño me daba terror ver las almas en el Purgatorio y otras en el Infierno. Esta de Miguel Ángel es algo similar. Nunca se me ha olvidado a San Bartolomé sosteniendo toda su piel, o su “forro”, como diríamos en Maracaibo, hacia el centro de la obra.

El recorrido por los museos fue largo, ¡y eso que no los visitamos todos”, salimos por una puerta que nos llevó a una callecita no muy ancha, pero sí llena de tiendas de recuerdos para los turistas o peregrinos. En una de esas yo compré un rosario muy grande, como de metro y medio de punta a punta, con las cuentas de madera, era para mi mamá. Como todo parecía barato, compré también unos cuantos bolígrafos con motivos relativos al Vaticano, de esos que tienen figuritas que se mueven cuando se voltea el bolígrafo, unos de ellos la figura móvil representaba a un puñado de guardias suizos con la catedral de San Pedro al fondo. Uno de nuestros cuidadores nos había ducho que no tomáramos fotos de los sitios sin que no apareciéramos nosotros en ella, que para eso estaban las postales. Y así lo hice, en verdad solo tomé como 10 fotos, porque para colmo, la sencilla camarita que me llevé, se me cayó y solo pude tener unas 4 ó 5 fotos mías de todo el viaje, y de esas solo aparezco en una, y esa “una” salgo ¡mirando para atrás!. Total, que siguiendo el consejo compré en la tienda de recuerdos cuatro postales, que me costaron, al cambio, 50 céntimos de bolívar, igual que en Venezuela. Pero al salir de allí y regresar a la calle, encontré un buhonero que las venía a 5 centavos, “una puya”, ¡y eran las mismas!, compré 20 postales por un solo bolívar.

Audiencia con El Padre, José María Escrivá.
En uno de los días intermedios nuestro grupo de Castel Sassone tuvo la tan esperada audiencia privada con El Padre, el fundador del Opus Dei. Nos llevaron hasta un auditorio del llamado Colegio Romano, sede mundial de La Obra, uno de los momentos más importantes de todo nuestro peregrinaje.

San José María Escrivá
Había mucha expectativa, nos habían dicho que preparáramos algunas preguntas para hacerle a El Padre, no se me ocurría nada, pero por si acaso, tenía mi pregunta, previamente consultada con nuestros guías, y la mía era ¿Qué lo había llevado a escribir un libro como Camino?. Le dieron el “visto bueno”, pero ahora que lo pienso, seguramente las preguntas que se esperaban eran de orden personal, de auto desarrollo o algo así, quizás la juventud de nuestros guías (entre 17 y 30 años) les hizo flaquear un poco en este tema.

Llegó el momento, el sitio más que un auditorio era un gran salón, El Padre entró saludando a todos, fue una reunión relativamente íntima, no éramos tantos, supongo que durante esa semana habría tenido muchísimas de esas reuniones dada la cantidad de personas en el evento. Hasta creo que llegó a darnos la mano a cada quien.

Comenzaron sus palabras, que lamentablemente no recuerdo, pero si la pregunta de uno de nosotros, que aunque venezolano, era de origen italiano y hablaba el idioma, era muy extrovertido y se hizo notar cuando se dirigió al Monseñor Escrivá en voz alta ¡Padre, Padre, una pregunta en italiano!, a El Padre extrañado le dijo ¿una pregunta en italiano? ¿y tu de dónde eres?, al escuchar que era de Venezuela, le respondió ¿cómo que en italiano si hablas español? Vamos, hazme la pregunta. Y hasta interesante fue, ¿cómo sabemos si tenemos vocación para ser miembro del Opus Dei?. El Monseñor respondió que era cosa de cada quien, mucha meditación sincera y Fe en Dios, que lamentablemente no existía un “vocacionómetro”, la respuesta fue mucho más larga y no la recuerdo. Puse atención a todo, pero si no lo recuerdo es porque los temas y respuestas fueron más o menos lo que ya había escuchado otras veces. Lo extraordinario es lo que recuerdo, ¡Padre, Padre una pregunta en italiano!.

Esto de la vocación fue un temazo durante toda la semana, varias veces se me acercaban nuestros guías para conversar sobre el asunto, es decir, aceptar ser miembro de la Obra. Había un término que usaban para indicar que alguien se había hecho miembro, y era “pitar”, ¡A ver Germán, a ver si pitas!. La edad mínima para ser miembro era de 14 años y medio, extrañísimo eso del “y medio”, pero era así. Creo que si me hubieran puesto una planilla enfrente y un “firma aquí”, quizás lo hubiese hecho, pero no fue así. Nunca me forzaron y yo nunca lo solicité.

Sobre la pregunta que tenía y que no se la hice, se me ocurrió porque en verdad me gustó el libro, Camino, y el punto que más me marcó fue el 332 Al que pueda ser sabio no le perdonamos que no lo sea. Esta frase siempre la tengo presente, ha sido un verdadero acicate para investigar todo lo que pueda dentro de mis intereses, a estudiar, a escuchar y a utilizar inteligentemente mi tiempo en esta dirección. A estas alturas de mi vida, 60 años, me pregunto ¿y qué es ser sabio?, ¿alguien que sabe mucho sobre algún tema?, ¿o muchos temas?. A pesar de todo el esfuerzo que he hecho, no creo haberlo logrado, y estoy seguro de nunca alcanzarlo, especialmente porque creo que yo solo se que mientras más se, se que menos se. Cada vez que aprendo algo nuevo, me doy cuenta lo poco que se sobre el tema, y se me abre una nueva cantera de conocimientos, que debo a penas, comenzar a explotar, ¡y el tiempo terrenal no alcanza!, esa es una de mis frustraciones, la falta de tiempo. Pero a pesar de todo esto, hay que seguir. ¿Y para qué ser “sabio”?, ¡pues no lo se!, lo más noble, y espero que así sea, para ayudar a servir a los demás, para contribuir con el progreso de la sociedad, no lo había pensado así hasta el momento de escribir estas líneas, ¡es lo bueno de escribir!, es como una meditación dinámica. De todas maneras, también me gusta el proceso de adquirir conocimiento solo por diversión, me entretiene mucho esta actividad y me da mucha satisfacción, para otros puede ser ver juegos de pelota, jugar dominó, cocinar, etc. No critico esto, todas son formas de entretenimiento sano, y lo mejor de todo, ¡no son excluyentes!.

Visita a la Villa Adriana en Tívoli
Aunque no estoy muy seguro, nuestro último día completo en el área de Roma, fue el Domingo de Resurrección, que lo dedicamos a visitar la Villa Adriana, a unos 20 kilómetros al noreste de Roma. El paisaje, como casi siempre, era muy bonito, campestre, bucólico. En una de esas hicimos una parada, quizás para reponer combustible, ir al baño y así. También había una tienda de conveniencias, cuando súbitamente se escuchó la voz de uno de nuestros compañeros caraqueños ¡Hey, aquí venden Toblerones! Y muchos salieron corriendo hacia el lugar que indicaba nuestro amigo. Yo siguiendo la manada, también corrí, pero confieso que no tenía ni idea de qué se trataba, confieso que nunca había escuchado la palabra “Toblerone”, hasta que por fin me enteré, era una barra triangular de chocolate, al parecer, de fama mundial, y si muchos se apresuraron en comprarlos era porque en Venezuela eran muy costosos. ¡Yo también compré uno!, y uno blanco con “perlitas” de miel y trocitos de avellana, desde entonces ha sido mi favorito, aunque hasta el sol de hoy solo me haya comido unos tres o cuatro.

Finalmente llegamos a la Villa Adriana, un verdadero complejo de ruinas romanas de lo que una vez fue una de las residencias del Emperador Adriano en el siglo II. El recorrido es muy interesante, y con un poco de imaginación, pareciera que uno estuviera caminando junto a los personajes de aquellos gloriosos tiempos, bueno, gloriosos para ellos. Jardines, fuentes, grandes árboles, columnatas. Me impresionó mucho el lugar, tanto así que años después vi en un catálogo del Círculo de Lectores el libro Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y lo compré solo por saber más del lugar. Leí el libro, es poco lo que recuerdo, ¡así que tendré que leerlo otra vez!.

De regreso almorzamos en un restaurant muy bonito en las afueras del pueblo, lo único que recuerdo era que estaba en un lugar con grandes jardines y que a mi lado se sentó un señor venezolano que dijo que también tenía también la nacionalidad suiza, ¿era eso posible?.

Ya en Roma, muchos compraron unos huevos de chocolate, no sabía por qué compraban chocolates con esa forma, hasta que alguien me dijo que eran “huevos de Pascua”, y para no quedarme atrás compré un par de huevos tamaño avestruz, llegaron a Maracaibo en pedacitos.

El retorno a Venezuela fue de la misma forma en que vinimos, del Fiumicino (Roma) a Nueva York en un 747 de Pan American y luego a Maiquetía en otro PanAm pero más pequeño. En Caracas pasamos la noche en Los Arcos, y al siguiente día los de Maracaibo regresamos a nuestra ciudad, todos lo hicieron por avión, salvo Humberto Matheus y yo que lo hicimos en un bus de Expresos Occidente, ¡y en aquellos tiempos no contaban con acondicionadores de aire!. Yo aproveché el tiempo de viaje para leer Casas Muertas de Miguel Otero Silva, que era una tarea del colegio.

Y así terminó mi primer gran viaje internacional.

Maracaibo, Mayo 2019.

Notas
(1) Algunas fotos de Roma fueron tomadas de internet, cortesía de sus autores.






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