IX. Vacaciones en Jají, el Terremoto y Héctor José (1967).

Realmente no sé por qué, pero 1967 fue uno de mis años favoritos, casi todos los años terminados en siete me han gustado, con la penosa excepción del 2017. Y no es que sea por cuestiones de esoterismo, simplemente me gusta el número, nada más. Pero 1967 además de la cifra, me trae muy gratos recuerdos.

Hacienda El Carmen, Jají (Mérida)
En el colegio íbamos muy bien con el hermano Hilario, a veces perdía la paciencia y castigaba a uno que otro con un coscorrón o con el odioso “calentamiento de orejas”. Era el año de las tablas de multiplicar, los cuadernos traían impresa, en su tapa posterior todas las tablas, del 1 al 10, y que había que aprendérselas de memoria, ¡ya me aprendí la tabla del cuatro!, decía alguien, y otro replicaba ¡y yo ya me sé la del 6, preguntámela pa’ que veáis!.

No lo he contado hasta ahora, pero los baños eran muy curiosos, estaban en el patio, aunque había también en el la parte interna del colegio. Había urinarios, pero para lo otro, lo que habían eran una especie de letrinas, consistían en un piso de porcelana blanca con un agujero, de manera que el proceso de evacuación había que hacerlo en cuclillas, y el tanquecito de agua estaba arriba, para “bajar el agua” había que tirar de una cadenita, el agua corría por un tubo que llegaba hasta el agujero llevándose lo que allí hubiese. Yo nunca, ¡nunca! llegué a usar semejante sistema. Pero había en esto algo curioso e interesante, cada vez que se halaba la cadenita, y el agua caía y entraba por el hoyo, aparecían, no se de donde, unas cinco o seis cucarachas corriendo como desesperadas para volver a desaparecer en cuestión de segundos. En verdad era divertido, fue una práctica común el “tirar de la cadenita” para ver correr a estos conchudos insectos.

La Cantina de El Mocho
En la cantina estaba El Mocho, le faltaba una oreja, nunca supe por qué no la tenía, y en verdad nunca me lo pregunté si no hasta ahora que escribo estas
Uvita Grapette
líneas 50 años después. El Mocho estuvo a cargo de la venta de chucherías, pancitos, refrescos y galletas hasta, por lo menos, cuando nos graduamos de bachiller en 1976. El Mocho tenía un ayudante mudo, le decíamos “El Múo”, hablaba con sonidos ininteligibles pero se hacía entender por señas, eran ambos El Mocho y El Múo muy buenas personas. Comprar en la cantina, durante el recreo, era toda una odisea, no existía el concepto de cola, era el que a punta de empujones y sacudidas llegara hasta la barra de cemento y pegara más gritos ¡Mocho, Mocho vendeme un pastelito! Los refrescos costaban un medio (Bs 0,25), como casi todo lo demás. Había unas galletas grandes, redondas con un relleno de algo rosado, quizás una crema de fresa o frambuesa, el asunto es que costaban una locha (12 céntimos y medio, o un “cuartillo” como decían los mayores).

A mi me daban un real diario para la cantina, medio para la mañana y medio para la tarde. Las monedas de un medio, real, uno, dos y cinco bolívares eran de plata, las de menos denominación eran de un tipo de aleación de níquel, aunque creo que las de 5 céntimos, las puyas, eran como de cobre. Las monedas de plata se iban gastando, y las inscripciones y el perfil de Simón Bolívar también se iba desapareciendo. Un día se apareció Jorge De Oteiza en el recreo con un bolívar nuevecito, brillante, casi blanco y mostrando orgulloso su moneda de plata nos dice a los otros tres que estábamos con él ¡hoy brindo los refrescos yo, tengo un bolívar! Y en verdad alcanzó para un refresco para cada uno. La gaseosa que más pedíamos era la Pepsi Cola, o Peisi, como le decíamos nosotros. Las otras eran la uvita Grapette, la naranjita Green Spot, otra uvita llamada Old Colony, el “oranche” Crush y la colita Dumbo.

Al otro extremo de la cantina, estaba el cepilladero, a un lado del portón que daba acceso a los autos y buses. Los sabores clásicos eran de rojo, limón, piña, tamarindo y vainilla. Mi preferido era el de vainilla con “topping” de leche condensada, también costaban un medio.

Nuevo billete de 5 bolívares (1966)
Después de hablar tanto de esas monedas de plata, ahora tengo que decir que ese año ¡las cambiaron a monedas de níquel!, ¡todas!. Dado que ocurrió durante el gobierno de los adecos (Raúl Leoni era el presidente), les llamaron a esas monedas “los adequitos”, había mucha gente descontenta, era como si se hubiese devaluado el signo monetario. Decían metan un medio en un vaso de agua y déjenlo por un día para que vean que el metal desaparece y queda un cartón solo, eran habladurías pero yo nunca me atreví a hacer la prueba para no perder mi medio. ¡Cosas de muchachos!. La moneda de 5 bolívares, el Fuerte, desapareció y fue reemplazado por un billete que era conmemorativo del Cuatricentenario de Caracas, era azul, por un lado tenía un mapa de Caracas cuando la fundaron, y por el otro la figura de Diego de Losada, fundador de Santiago de León. En realidad este billete apareció en 1966.

La Playa, la cortada y el Hospital Central
Los paseos a la playa eran casi siempre para la zona de Santa Cruz de Mara, allí habían unos balnearios a los cuales se entraba por una módica suma. Las playas más famosas eran Las Palmeras, Los Coquitos, Las Mercedes, La Playa de la Universidad y hasta la playa del colegio que quedaba por allí.

El paseo era largo, la salida desde nuestra casa era por lo que es hoy la Avenida Guajira, luego la Pepsi Cola (que ahora es Coca Cola) y así hasta Cabeza de Toro o Puerto Caballo. Nos parecía todo esto lejísimo, un verdadero viaje. Por fin llegábamos a Santa Cruz y adentrándonos por una de esas callecitas, llegábamos a la orilla del Lago (o más bien, la bahía de El Tablazo). Allí pasábamos todo el día, comiendo el arroz con pollo, sandwichs o perros calientes que mi mamá preparaba para el almuerzo. A veces la tierra bajo el agua estaba floja y nosotros decíamos esto es pura zipa, la verdad es que no sé si esta palabra es con “z”, “s” o “c”, nunca la he visto escrita, no aparece en el diccionario de la Real Academia Ed. 23, ¡de alguna forma tenía que escribirla!.

Uno de esos sábados fuimos a Las Palmeras, esa vez nos acompañó mi primo Miguel Alcalá, “Miguelito” como le llamábamos, era mayor que yo y por lo tanto sabía más cosas, era muy ocurrente y por lo menos a mi me divertía y agradaba mucho su compañía. Jugábamos a algo en dentro del agua cuando de pronto siento algo extraño en el pie, cuando lo levanto veo un sangrero, me había cortado con una lata que alguien había tirado allí. Salí cojeando pegando gritos, mi papá me cargó, me llevó hasta la orilla y vio la cortada en toda la planta del pie derecho, mi hermana dice que se me veía algo de blanca grasa
Entrada a la emergencia Hospital Central
saliendo de la herida. ¡Vamos a llevarlo al hospital para que lo curen! El hospital más cercano era el Hospital Universitario, nunca había estado allí, pero desde lejos se veía imponente, moderno, me tranquilizó un poco saber que me llevarían allí, pero algo pasó que lo dejamos de largo y seguimos hasta el Hospital Central, muy viejo y no sé pero le tenía idea a ese lugar, comencé a llorar con más vehemencia diciendo entre sollozos ¡No, al Hospital Central no!, ¡No quiero ir al hospital Central!, pero nada, allá fuimos a dar. Para curar la herida, el doctor tuvo que cocérmela con seis puntos de sutura, por fin calmado y con el pie envuelto en vendas regresamos a la casa. Algo que no se me olvida es que el doctor que me curó tenía en la bata blanca un símbolo con tres letras H.C.U., le pregunté qué querían decir esas letras y me dijo Hospital Central Doctor Urquinaona. Sorprendido exclamé ¿Urquinaona?, me aclaró que el Dr. Urquinaona fue uno de los promotores del Hospital, que antes era la Casa de la Beneficiencia, y que no era doctor por médico, si no por abogado. Esto no es tan relevante, pero es una escena que se me ha quedado grabada por siempre.

Personajes de La Isla de Gillligan
Al llegar a casa, le pedí a Miguelito que me acompañara un poco más, así lo hizo, pero empezó a echarme broma con una especie de cancioncita que inventó aludiendo a lo ocurrido Yo no quiero ir al hospital Central, Yo no quiero ir al Hospital Central, Yo no quiero ir al Hospital Central… ¡y lo curaron!.  Luego de la burlita, nos pusimos a ver en la televisión, por el canal 13, Tele Trece, un programa que me gustaba mucho La Isla de Gilligan. Y ya que mencioné a este personaje, en el colegio había un hermano llamado Ángel, a quien a alguien se le pareció a Gilligan y así se quedó el hermano Gilligan.

Vacaciones en Jají y en la ciudad de Mérida
Mi tía María, hermana menor de mi mamá, vivía en Mérida mientras estudiaba medicina en la Universidad de Los Andes (ULA), mi abuelita Hercilia Rosa la acompañaba y nosotros pasábamos una temporada en nuestras vacaciones escolares en la Ciudad de Los Caballeros.

El viaje hasta allá casi siempre lo hacíamos por la Transandina, o “por el Páramo” como decíamos nosotros. Si el viaje a Santa Cruz de Mara era algo largo, ir hasta Mérida era como ir al otro lado del mundo, el primer hito importante era Agua Viva, en el estado Trujillo, ese lugar era como el “medio de la nada”, un lugar remoto, allí, tal como todavía lo hago cuando voy a los Andes, hacíamos nuestra parada para estirar las piernas, ir al baño, o comer algo. Luego venía Valera, La Puerta y Timotes, allí hacíamos otra parada, en la estación de servicio Shell un poco antes de entrar al pueblo, al lado de la estación de servicio había un pequeño restaurante donde a veces almorzábamos. Luego de allí venía lo bueno, La Venta, Chachopo y el Páramo con sus piedras y Frailejones. La piedra del sapo y el Pico Águila, eran el clímax del viaje, aunque casi nunca nos deteníamos allí. Yo sufría mucho con esas curvas y el mal de páramo, más de una vez tuvimos que parar de emergencia para vomitar. Me daba miedo esa carretera, en 1981 me propuse a vencer ese miedo haciendo el recorrido a pie, de mochilero, el relato de esta pequeña aventura se puede leer en Caminata andina1981, Timotes-Mucuruba.

En Mérida nos quedábamos en el apartamento de mi tía María, ella se había casado con José Omar Monzón, nuestro tío Monzón, que con el tiempo se convirtió casi en nuestro segundo padre, fue un gran amigo de mi papá y ambos tuvieron muchísimas aventuras y anécdotas. Nos entretenían mucho sus historias, la mayoría de ellas muy divertidas, ¡es que eran tremendos!. La familia de mi tío Monzón tenía una hacienda de café en un lugar llamado La Playa, a dos kilómetros del pueblo de Jají. La Hacienda, que aun existe y está en todo su esplendor, se llama El Carmen, administrada por mis primos Julio, Andrés y su esposa Mónica León, aun funciona como hacienda de café, acondicionaron un museo y varias habitaciones para los que quieran pasar allí unos días en un muy agradable ambiente bucólico. Más sobre la hacienda en www.haciendaelcarmen.com

Pasé momentos memorables en esa hacienda, especialmente cuando coincidíamos muchos primos, Carlitos y Sarita Sideregts, Dorita Monzón (la hermanita menor de mi tío Monzón), Alfredo y Elsy Borrero Alcalá, Carlos y Jorge Camacho Monzón. Andrés y Carolina, hijos de mi tía María y mi tío Monzón estaban muy pequeños para jugar con nosotros. Había una gran piscina con el agua helada, cafetales y naranjales por donde pasábamos horas caminando. Por las noches jugábamos juegos de mesa como Ludo, Sospecha (ahora le dicen Clue), Damas Chinas, Monopolio y así. La hacienda fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX, era una casona de techos de tejas y paredes de bahareque, pisos de madera, el mobiliario era el original, con retratos de los ancestros de los Monzón en algunas de las salas de estar, fonógrafos, tinajeros, balcones con barandas de madera con vista a las montañas, los paseos a pie hasta Jají, con el cruce del tenebroso puentecito colgante por el riachuelo que por allí pasaba, riachuelo que tiempos de lluvia cobraba una fuerza increíble. Para mí fueron las mejores vacaciones que he pasado hasta ahora. Cada vez que voy se me vienen todos esos extraordinarios momentos.

El terremoto de Caracas
Estábamos en el apartamento de mi tía María en Mérida viendo la televisión después de haber cenado, transmitían una serie por el canal 2 (el único que había) llamada Los Valientes Monroe1, eran las 8 pm, el programa estaba comenzando cuando de pronto se va la señal, quedó la pantalla con los puntitos blancos, negros y grises que aleatoriamente se movían a una alta velocidad, pasaron 2, 5, 10 minutos y ya cuando íbamos a desistir de ver uno de nuestros programas favoritos, regresa la señal, pero no con Los Valientes Monroe, sino con el, para entonces joven periodista, Rafael Poleo pidiendo disculpas por
la caída de la señal y dando la noticia de que en Caracas había ocurrido un fuerte terremoto, eso fue el 29 de julio a las 08:02 pm. El periodista se veía muy nervioso, nosotros llamamos a nuestra abuela y le dijimos Abuelita, en la televisión están diciendo que en Caracas hubo un terremoto, mi abuela entonces con alarmante tono dijo ¡Ay Dios mío y su papá está allá, en Caracas! Mi tía María comenzó a llamar a mi mamá que estaba en Maracaibo, para saber si se había comunicado con mi papá. Las comunicaciones estaban algo congestionadas, pero finalmente logró hablar con mi mamá que le dijo A Antimio no le pasó nada, se vino ayer de Caracas, está aquí, en casa. ¡Qué alivio! Resulta que mi papá era vendedor al mayor de Diablitos Underwood, y estaba en una convención de vendedores de la empresa en Caracas, ese día, el 29 de julio, iban a cerrar la convención con una gran fiesta en un hotel, y mi papá se vino a Maracaibo, a pesar de la insistencia de sus compañeros, porque había escuchado que en las próximas horas iba a haber un terremoto, les dijo a sus colegas ¡no sé si será verdad o no, pero por si acaso yo me voy!, y así lo hizo. Ciertamente se corrían rumores de que Caracas en su cuatricentenario sería destruida por un fuerte sismo. Una de estas “pitonisas” fue la italiana Marina Marotti, cuyas predicciones fueron publicadas en la revista Élite en enero de ese año. Otro fue un miembro de la Federación de Espiritistas de Venezuela que días antes había anunciado el desastre que se avecinaba (1).  


Los 400 años de Caracas fueron muy celebrados y publicitados, me acuerdo del enorme premio de la Lotería de Caracas con su premio especial de aniversario, con la extraordinaria suma de 5 millones de bolívares. Muchas canciones se compusieron para el aniversario de la fundación de la capital, entre ellas esa que dice2:

          ¡Epa Isidoro!
          ¡Buena broma que me echaste!
          El día que te marchaste
          sin acordarte de mi serenata…

         y sigo pensando que ese viaje tuyo
         no era necesario,
         ahora que Caracas está
         celebrando cuatricentenario…

¡Y conocimos a Renny Ottolina!
Mi papá era miembro del Club de Leones de Los Haticos, trabajaban en proyectos de ayuda a la comunidad, su lema internacional es We serve, ¡lo cuplían a cabalidad!. Uno de esos proyectos fue traer a todo el elenco del programa de televisión El Show de Renny, con el Número Uno de la televisión
Renny Ottolina
venezolana Renny Ottolina. La idea era recabar fondos para las obras sociales del Club. El programa se realizó en Maracaibo, el centro de operaciones era el Hotel del Lago, mi papá nos llevó a los tres (a Gisela, a Jorge y a mi), para arriba y para abajo durante todo el trajín de la preparación del programa, allí conocimos a Guillermo González, Pepeto, Tilingo y Bólido de Radio Rochela. También cantantes como Mirna Ríos y Mayra Martí, de esta última estaba encargada mi papá, Mayra también venía con su papá, pues íbamos todos en la camionetita de mi papá con la famosa cantante (yo no la conocía mucho, pero todos decían que era famosa). Mientras duró el ajetreo del programa, mi papá mencionaba mucho a Mayra, hasta que, según mi hermana, ¡mi mamá se puso celosa!. Nosotros nos la pasábamos pidiéndole autógrafos a todos estos artistas, recuerdo muy claramente cuando le llegué al gran productor y locutor: Renny, Renny un autógrafo por favor… me dijo No tengo bolígrafo… salí corriendo,  busqué uno y le volví a llegar (se encontraba en una barra del hotel hablando con alguien), Renny, Renny un autógrafo por favor… otra vez me dijo y con tono un poco molesto No tengo bolígrafo, ahhh ahora sí… ¿cuál es tu nombre?. El autógrafo lo hizo con su famosa firma de lentecitos en una servilleta. La misma se me perdió casi inmediatamente, la siguiente vez que le pedí un autógrafo a un artista fue a ¡Trino Rodríguez en una reunión del Rotary Club de Maracaibo en 2002!

¡Y llegó Héctor José!
El 20 de noviembre nació mi hermano menor al que mis padres bautizaron como Héctor José, ese día fui al colegio con una camisa que no era la del uniforme, el hermano Hilario al verme llegar me dice con tono regañón, ¿Qu
é pasó con tu camisa?, algo asustado le respondí es que mi mamá tuvo un niño hoy y no le dio tiempo de lavarme las camisas… ahora con un tono de disculpa me dijo ¡Caramba! No te preocupes, hoy puedes venir a clases así y mañana también.

Mi papá y mi tío Monzón amanecieron en nuestra casa, celebrando la llegada de nuestro hermanito.

Programas de televisión
Lo que más veíamos en esa época era El Show de Renny mientras almorzábamos y esperábamos el bus de vuelta al colegio. En el canal de regional Tele Trece, Ondas del Lago, me acuerdo de La Marina de Mc Hale con Ernest Borgnine, y la ya mencionada Isla de Gilligan. Otros: Batman, Los Monkees, Misión Imposible y por supuesto las comiquitas.


Entre los programas nacionales estaban Ritmo y Juventud, transmitido por Venevisión, era un concurso de baile, en una especie de maratón, las parejas tenían un número en la espalda, y un jurado los iba eliminando hasta que quedaba una sola pareja, que se convertía en la ganadora. En este programa animado por Wiston Vallenilla, fue donde comenzó su carrera Gilberto Correa en la televisión de alcance nacional.  El Club del Clan, programa de música juvenil donde con frecuencia se presentaban Los Dart con Carlos Moreán (fallecido el 24.10.2017), los 007, los Impalas, Nancy Ramos entre otros, era animado por José Hernández y su hermano Richard Herd (Juvenal Hernández), todo un pavito este Richard. Era transmitido por el Canal 8, que comenzó siendo un canal privado con el nombre de Cadena Venezolana de Televisión (CVTV). También con José Hernandez se transmitía un programa de concursos llamado Si resbala, pierde. El nombre viene del concurso principal, que era el Palo ensebad. Era como un poste lleno de grasa al que había que trepar y bajar un banderín colocado en la parte superior. Era para parejas a punto de cesarse, aunque el que "trepaba" era el hombre, a veces la muchacha ayudaba a su novio. Me acuerdo una vez que un tipo metió arena en los bolsillos y al momento de subir, se la echó al palo, logró el objetivo, pero lo descalificaron.


Miriam Makeba y el Pata Pata
Canciones
Una canción que sacudió a Venezuela y creo que al mundo, fue el Pata Pata de Miriam Makeba. Fue un éxito total, tanto así que la trajeron al país. Yo la ví en La Feria de la Alegría, programa dirigido por Henry Altuve. Organizaron un concurso de baile del Pata Pata y la misma Miriam Makeba fue quien decidió qué pareja había bailado mejor. 
Los Darts con Carlos Moreán, Tu la vas a perder, Dónde dónde. Los 007 y El último beso. Raphael en su primera época con Yo no tengo a nadie, Sin Laura, Digan lo que digan... Amor en el Aire con Rocío Durcal y Palito Ortega. Acompáñame con Rocío Durcal y Enrique Guzman. De estas últimas se hicieron sendas películas.


Germán Montero Alcalá
29 de Octubre, 2017



REFERENCIAS
(1) Wikipedia. Terremoto de Caracas de 1967. Consultada el 29.10.2017.


NOTAS
1 Los Valientes Monroe (The Monroes, en Inglés), fue una serie de televisión que trataba de cinco huérfanos que en los alrededores de 1870 que iban hacia el oeste de Estados Unidos buscando un lugar donde establecerse.

2 Otras canciones eran Caracas cuatricentenaria de Rincón Morales , Doña Cuatricentenaria de Aldemaro Romaro

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