VI. Entre Grano de Oro y el Mercado (1965)

Durante el gobierno de Leoni la vida parecía fluir normalmente, al menos para una familia de clase media como la nuestra, la gasolina tenía hasta cinco niveles de octanaje, existían estaciones de servicio de múltiples marcas como Shell, Mobil, Texaco y así, se veían muchos musiúes por las calles. Tiendas como Sears Roebuck ubicada en la avenida 22 con la calle 73, siempre estaban repletas de productos americanos de muy buena calidad. Esta tienda Sears hasta tenía su propia marca de aparatos acondicionadores de aire, nuestras habitaciones contaban con equipos de esta marca que nos duraron muchos años.

En nuestra casa de San Martín fue donde vi por primera vez al El Zorro con Guy Williams, y donde descubrí que el Niño Jesús eran nuestros padres, los escuché colocando los regalos de navidad debajo del arbolito que estaba en la salita. Nadie decía “Santa”, en todo caso San Nicolás, pero el Niño Jesús era más popular que San Nicolás. Ahora ni siquiera es San Nicolás, sino solo Santa. Al principio me pregunta por qué eso de “Santa”, como Santa Ana o Santa Rita, ¿es que acaso así es en inglés?, la duda la tuve por muchos años hasta que me enteré que el “Santa” viene de del holandés pasando por el inglés. El San Nicolás navideño es una tradición holandesa que luego pasó a Estados Unidos, en el idioma neerlandés se dice Sinterklaas, que a los oídos neoyorkinos les sonaba a Santaklaas y finalmente Santa Claus. No se cómo pude aguantar la curiosidad y volverme a dormir, pero al despertar salí corriendo para ver los regalos bajo el arbolito, habían unos dos o tres para mí, pero el que recuerdo era un hermoso barco tanquero petrolero llamado USS Dolphin, medía como un metro de largo y tenía, además de rueditas para poder jugar con él sobre el piso, un motorcito eléctrico que movía unas propelas tal como un barco real. ¡Qué grande fue mi emoción al verlo navegar por primera vez en las aguas de la piscina del Club Bellavista, al cual mi tío Miguel de vez en cuando nos invitaba. Este club era para los trabajadores de la Shell, y mi abuelo Miguel Ángel le dejó la membresía o acción, como herencia, a su hijo mayor. Fue el primer regalo de navidad que recuerdo, seguramente comprado en la juguetería Rogers Toy Store.

Un paseo clásico de los sábados por la noche era ir a comer helados en la heladería Alfa, con sus famosos helados del mismo nombre. Era una heladería como los drive-in americanos, es decir, sin bajarnos de la Opel color ladrillo llegaba una mesonera, nos tomaba el pedido y al rato colocaba una bandeja que se sostenía en una o varias ventanas de la camioneta con unos pie de amigo desplegable y allí colocaba los helados. Siempre pedíamos el de crema reina con sus pasitas. Quedaba en la Avenida Bella Vista entre las calles 82 y 83. 

Aeropuerto Grano de Oro
Otro paseo interesante era ir al aeropuerto Grano de Oro, la avenida Universidad no existía, de manera que había que ir hasta la calle 77, 5 de Julio, luego la avenida 22 y finalmente pasar por la plaza Indio Mara, inaugurada en 1949, donde el gran cacique local parecía darle la bienvenida a los visitantes que llegaban a Maracaibo por avión.

Sofás en la sala de espera del aeropuerto
Lo primero que uno se encontraba al entrar a la terminal aérea era un gran mural que representaba como una jungla, recuerdo un hermoso tucán y un guacamayo en una de los extremos del mismo. No tenía acondicionadores de aire, pero era fresco, la sala de espera tenía muchos muebles estilo sofá, es decir, no eran las duras y frías butacas que actualmente hay en muchos aeropuertos. En el segundo piso había un balcón muy grande, ¡una terraza!, desde donde uno se podía asomar para ver llegar y salir a los aviones, y esperar a los familiares y amigos a que salieran por las puertas de las aeronaves para saludarlos.

Uno de los murales del aeropuerto
Solo habían dos líneas aéreas nacionales, Aeropostal (LAV) y Avensa, quizás habían más, pero  eran las que un niño como yo tenía la posibilidad de conocer. Los vuelos nacionales se hacían en aviones a hélices (o de “tarabitas” como decíamos nosotros), los internacionales como los de las líneas Viasa, KLM y Panam ya eran del tipo “jet”. Pero emocionante también era ir a la librería Aeropuerto, ubicada en la sala de espera, para comprar los “carritos de hierro” que costaban dos bolívares, yo tenía una colección de ellos, todos en el colegio comentábamos sobre tal o cual modelo comprado en el aeropuerto.

Uno que otro sábado por la mañana iba con mis padres a comprar alimentos en el mercado libre de Maracaibo, que quedaba en lo que es hoy el Centro de arte Lía Bermúdez, que funcionó como mercado hasta el gobierno de Caldera I (1972), cuando fue mudado para el llamado Mercado de Las Pulgas. Me pareció muy cómico este nombre, pensaba que era una cuestión de chispa criolla, hasta que muchos años después me encontré con que es un término internacional, quizás del francés marché aux puces, que pasó al inglés como flea market y al español como mercado de las pulgas. ¡Hay tantas cosas que uno cree que son muy criollitas y resulta que vienen de otros países!. Por nombrar algunos pocos, el río Manzanares que pensaba que era original de Cumaná, resulta que es el río que pasa por el medio de Madrid, ¿y de cuándo acá hay manzanas en Venezuela?, el mango viene del sur de la India, es más, la palabra viene del idioma Tamil, mankay. O las “bolas criollas”, que me parecía tan de aquí que hasta tenía la palabra “criolla”, ¡cuál no fue mi sorpresa cuando me encontré con una cancha del mismo juego en las afueras de Roma, en un sitio llamado Castel Sassone, y por si había dudas, vi a unos señores jugando, eso fue en 1973. Y ya para cerrar el comentario, hasta la palabra “criollo” no es de aquí, algunos dicen que viene del portugués crioulo y otros que viene directamente del latín creare. Se usa en muchos países de habla española y hasta al francés de Haití le dicen “Creole”.

Pero regresando al mercado, para mí era toda una experiencia entrar a ese laberinto de pequeños cubículos donde se vendían toda clase de verduras, especias, carnes y quincallas. Al apenas poner un pie dentro del bazar criollo, un torbellino de olores golpeaban mi olfato, olores fuertes, suaves, dulzones, pero en la mayoría de los casos agradables. Si el olfato tenía su dosis estimuladora no menos era así con el oído, que se encontraba sumergido en toda una cacofonía de voces que se cruzaban entre clientes y vendedores. ¡Ese era nuestro mercado!. La estructura fue diseñada por el ingeniero belga Leon Jerome Hoet1 . Mi papá compraba las naranjas en la zona de Las Playitas, una vez fui con él y cuando preguntó que a cómo tenían las naranjas, el vendedor le contestó a ocho bolos el ciento, la reacción de mi padre fue ¿Qué? ¿Y por qué tan caras? Bueno, dame acá. Vendían las naranjas en sacos de malla sintética, mi mamá nos hacía jugo con ellas.

Y ya que menciono las naranjas, hubo una época en que mi mamá nos daba toronjas como desayuno, de esas que por dentro son como rosadas, las partía por la mitad y con un instrumento especial cortaba rápidamente los gajos, nosotros, para contrarrestar lo ácido, le echábamos una generosa cantidad de azúcar. Otros tipos de desayuno eran más o menos iguales que los de hoy en día: conflei (corn flakes) en un plato de avena con leche, café con leche (el cual muchas veces nos lo tomábamos con conflei), arepas con queso frito, jamón y así.

¡El número de teléfono de la casa era de cuatro cifras!, 4961, aun me acuerdo. Ya existían los de cinco cifras, casi todos empezaban por siete, pero el nuestro era uno de los “cortos”. El aparato de teléfono era de esos negros pesadísimos, del tipo heavy duty.

En aquellos días mi papá compraba regularmente la revista Selecciones, a la que nosotros le decíamos Selecciones del Reader’s Dígest, así como suena, pensaba que Reader’s Dígest era la persona que escribía la revista o el dueño de la empresa, muchos años después fue que me enteré que, primero, se pronuncia algo así como ríder dáidyest y segundo, que esto no es el nombre del dueño de la empresa sino que es la traducción de “Selecciones del lector”. La revista siempre estaba ofreciendo en promoción muy buenos libros, fue así como un buen día mi papá se apareció en casa uno bien grande llamado El Atlas de Nuestro Tiempo, sin temor a equivocarme puedo decir que este es uno de los libros que más influyó en que me interesara la geografía e historia mundial, fue uno de mis libros de cabecera por años, página por página se me iba grabando con fuego en mi memoria, hacía recorridos imaginarios por todos los países, marcaba las rutas con un lápiz, calcaba los mapas, me estudiaba las estadísticas, los más y los menos del mundo. Los ríos más largos, las montañas más altas, los países más poblados, los idiomas más hablados, la distribución de las religiones y así. Fue el comienzo de mi idea de ser un verdadero ciudadano mundial.

Raquelita Castaños 1965
Había una niñita que de vez en cuando salía en la televisión y que me gustaba mucho, se llamaba Raquelita Castaños, y las canciones que más me acuerdo son Besos y cerezas, Los Claveles de Galipán y la Chica del 172.

En septiembre de 1965 entré en primer grado en el colegio Nuestra Señora de Chiquinquirá de los Hermanos Maristas. Pero eso lo dejo para la próxima entrega.


Germán Montero Alcalá
1ero de Octubre 2017



Notas
1 Leon Jerome Hoet (1891-1944), fue constructor de muchos edificios en Maracaibo, además del mercado, está la Basílica Nuestra Señora de Chiquinquirá, el teatro Baralt y el Hospital de Niños entre otros. El “Hoet” se pronuncia jut en flemish o flamenco.

2 Par de enlaces con canciones de Raquelita.
https://www.youtube.com/watch?v=y3Ra2nlY7XY (Raquelita Castaños, Los claveles de Galipán).

https://www.youtube.com/watch?v=FNU6r0LGtQ8 (Raquelita Castaños, La Chica del 17).

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