CALI
04 de agosto de 1980
El día comenzó para
nosotros viajando en el autobús por las estrechas y no muy buenas carreteras de
esta parte de Colombia. A las cinco y media de la mañana llegamos a Cali, la
capital del Valle del Cauca, el segundo hito de nuestro periplo. Nos sorprendió
gratamente el magnífico terminal de pasajeros, grande, limpio y sobre todo muy
bien organizado. Tiene dos pisos y por supuesto ¡una oficina de turismo!,
¡cuánto adelanto en este sentido nos lleva Colombia!.
Subimos al segundo piso
donde estaba la oficina de turismo, estaba cerrada, apenas eran las siete de la
mañana, pensábamos que a las ocho la abrirían, de manera que nos quedamos allí
descansando. Ya había desayunado. Las ocho de la mañana, y ningún indicio de
que fueran a abrir la oficina de turismo, ocho y quince, ocho y media... nada
¡no van a abrir!. Ya nos estábamos arrepintiendo de haber perdido tanto tiempo
sin resultados cuando por fin llegó la señorita encargada y nos recomendó
varios hoteles, llamamos a unos cuantos, y el único que tenía disponibilidad de
habitaciones era el Hotel Calima, reservamos una, tomamos un taxi y hacia allá
nos fuimos.
Centro. Cercanías del hotel María Victoria (2018) |
Cuando íbamos hacia el
hotel en el taxi, el taxista nos preguntó si éramos colombianos, con un poco de
temor le respondimos que no, la siguiente pregunta fue si teníamos alguna razón
particular por querer ir a eso hotel, le dijimos que no, él nos dijo que ese
hotel tenía mala reputación y que además estaba situado en una zona peligrosa
de Cali. Así las cosas, le pedimos que nos recomendara otro y nos llevó al Hotel
María Victoria (1). El hotel era como una casa de una hacienda, con pisos de
madera, muy limpio. De dueños españoles nos gustó mucho y localizado hacia el
centro de la ciudad. Fue una suerte que el taxista nos llevara hasta este lugar
de hospedaje. Pagamos 570 pesos por noche (13 dólares), habitación triple con
baño y agua caliente, cafecito negro por las mañanas y el periódico como
cortesía de la casa.
A las diez de la mañana ya
estábamos bien instalados en nuestra habitación, no aguantamos más y dormimos
hasta las tres de la tarde para dar nuestro primer recorrido de reconocimiento
de la ciudad. Lo primero que vimos fue el consulado de Ecuador y decidimos
entrar para preguntar si hacía falta tener visa para entrar a dicho país, nos
confirmaron que no era necesario, información que nos dio tranquilidad.
Caminando un poco al azar, nos topamos con la oficina principal de turismo,
entramos a buscar más información sobre los puntos de interés en Cali. Una
señora nos dio una muy abundante explicación de dónde ir y dónde no y cerró su
exposición con la siguiente frase que nos dejó pensativos: si no encuentran unas amiguitas creo que se van a aburrir aquí en Cali.
Literalmente ¡nos dejó fríos!. Mientras la funcionaria hablaba, había un señor
que escuchaba y al final se ofreció para enseñarnos la ciudad. Era un personaje
alto, flaco y muy moreno, se llamaba Andrés Restrepo era electricista y
director de un grupo de danzas folklóricas. Nos dio un poco de desconfianza
tanta amabilidad, pero la funcionaria nos dijo: vaya con él, es buena persona y sabe bastante de Cali. Con ese
espaldarazo, aceptamos. Andrés era un hombre de 29 años (2) y se convirtió así
en nuestro primer guía turístico. Nos mostró algunas plazas e iglesias, pero no
había pasado mucho tiempo cunado nos preguntó ¿quieren unas cervecitas?, le respondimos afirmativamente y llegamos
a un restaurante, no tenían cervezas, pero dada la sed, la saciamos con
gaseosas ("refrescos" en maracucho), lo que pensamos era que este
señor lo que quería era tomarse unas cervezas a costa de nosotros, pero nos
sorprendió gratamente que no nos dejase pagar, no tanto por el dinero, sino por
la sinceridad del personaje. Es más, nos invitó a un almuerzo en su casa en un
pueblo llamado Jamundí a unos 10 kilómetros al sur de Cali, por supuesto nos
indicó cómo hacer para llagar hasta
allá.
Andrés insistió con lo de
las cervezas ¿todavía quieren las
cervecitas?, les dijimos que sí y entonces nos dijo bueno muchachos, los voy a llevar para el lugar donde siempre me las
tomo hizo una pausa de unos segundos y continuó ¿no les importa si allí hay algunas mujeres?, ustedes saben... nosotros
no solo le dijimos que no nos importaba, sino que hasta era mejor puesto que
estábamos ansiosos de conocer a las muchachas de Cali, que según nos habían
dicho, eran muy bonitas.
Caminamos y caminamos, nos
adentrábamos a lugares más y más feos, una especie de "zona roja".
Por fin llegamos a lugar, nada como lo habíamos imaginado, era un barcito de
mal aspecto, oscuro y con muchísimas mujeres, tanto así que hasta me pareció
que habían más féminas que clientes, pero ¡que decepcionante!, casi todas muy
feas y de mal talante. Así las cosas, nos tomamos rápidamente las cervecitas y
casi huimos de allí, y es de hacer notar que Andrés casi se ofende cuando le
dijimos que nosotros pagaríamos la cuenta.
Restaurante Kokoriko (2018) |
Al salir del bar pensé que
no veríamos más a Andrés, pero insistió en cenar con nosotros, eran ya las seis
y media de la tarde, caminandito vimos un restaurant de pollos llamado
Kokoriko, cuyo slogan era Kokoriko no
tiene pieza mala. Es una especie de Kentucky
fried chicken pero colombiano. Muy bueno el pollo, y esta vez nos
adelantamos y pagamos nosotros, incluyendo lo de Andrés, ya nos daba vergüenza
que el pagara todo.
Al terminar nos dijo que
si no teníamos nada planeado para la noche podríamos ir con él a casa de unos
amigos suyos que tenían un conjunto de vallenatos e iban a ensayar esa noche.
Aceptamos la invitación y a las nueve estábamos en la casa de la familia
Gutiérrez. Allí nos encontramos con los muchachos del grupo musical que ya se
disponían a comenzar el ensayo.
Nos entretuvimos
escuchando las magníficas interpretaciones de los vallenateros cuando de pronto
nos dimos cuenta que Andrés no estaba por todo eso, ¿qué se habrá hecho el
hombre?, cuando al rato se aparece con una botella de aguardiente Blanco, que
posteriormente nos enteramos que era la bebida emblemática del departamento del
Valle del Cauca, es bastante fuerte, y según ellos, al resto de los colombianos
no les gusta mucho precisamente por lo fuerte de la bebida, sin embargo a
nosotros nos gustó y estuvimos de acuerdo con nuestros anfitriones en que ¡el
aguardiente Blanco es el mejor del mundo!. Yo, por mi parte, me tomé como 12
copitas mientras escuchaba los vallenatos, al principio no me hizo efecto, pero
llegué algo "alegre" al hotel. Los caleños están muy orgullosos de su
aguardiente Blanco, y ¡caramba! lo venden en todas partes, es realmente muy
pero muy popular. Cada departamento en Colombia tiene su propia fábrica de
aguardiente en el Valle del Cauca es el Blanco, en Bogotá es Cristal.
Una vez terminado todo,
nos dispusimos a regresar al hotel, pero Andrés nuevamente insistió en
acompañarnos, así que se vino con nosotros en el taxi, que resultó ser muy
barato, 40 pesos (menos de un dólar). Estando en el taxi, Andrés nos dice que
estaba seguro de que no iríamos a Jamundí, que mejor él nos iba a buscar, le
dijimos que no se preocupara, que sí iríamos, seguía insistiendo, hasta que
tuvimos que decirle que si eso lo hacía feliz, pues ¡que nos viniera a buscar.
Llegamos al hotel a la una y media de la mañana.
05 de agosto de 1980
El día de ir a Jamundí, y
nos levantamos algo tarde según lo programado, de manera que ¡a correr que
llega Andrés!. Aun nos faltaba preparar el desayuno y cuando nos disponíamos a
comernos nuestros sandwiches con café, a eso de las nueve de la mañana, llegó
Andrés. No estábamos listos, le pedimos que nos esperara a que termináramos de
desayunar y le brindamos un café con leche. Gustosamente lo aceptó y tomándose
su bebida matinal, se sentó a leer la prensa del día. Luego de una conversación
simplona, con toda la serenidad de un ángel de camposanto, nos dijo: miren muchachos, hoy no vamos a poder ir a
Jamundí porque tengo que salir de la ciudad por un asunto pendiente, ¡pero
mañana segurito que sí!, sin embargo, si así lo quieren, los puedo venir a
buscar a las cinco de la tarde para pasear por la ciudad. Le respondimos
que no había problema, que tomaríamos la mañana para ir de compras. Y así lo
hicimos, José Manuel quería comprarse unos pantalones marrones o vino tinto,
entramos en muchas tiendas, pero a José Manuel no le gustó nada de lo que le
ofrecieron. Finalmente entramos en una tienda de pantalones Levi's, Lee y Baboo,
los tres compramos los de la etiquetita roja, especialmente impulsados por la
simpatía de las vendedoras, característica que se podía observar en casi todas
las tiendas que visitamos.
Como no estábamos seguros
para dónde ir, decidimos tomar un autobús para "ir paseando" por la
ciudad, nos topamos con algunos sitios interesantes como el estadio olímpico
donde se habían realizado los Juegos Panamericanos de 1971, se conservaba en muy buenas condiciones,
también vimos escuelas, hospitales, la Universidad Nacional y una que otra
privada. Nos bajamos en una urbanización al norte de la ciudad, zona de muy
buena clase, dimos unas vueltas por allí caminando, y tomamos otro bus de la
misma ruta, esta vez de regreso al centro.
A las cinco de la tarde
comenzamos a barruntar principios de famelia (3), pasamos por el hotel a ver si
Andrés había llegado, pero nada, así que le dijimos a la recepcionista que si
llegaba nuestro amigo le informara que habíamos ido a comer y que nos esperara.
Fuimos a un restaurante del tipo "Self service", salimos a las cinco
y media, yo me adelanté para ir caminando despacio, ya que no me gusta caminar
inmediatamente después de comer, con frecuencia me duele el estómago si eso
hago. Llegué al hotel a las 5:45 pm y no solamente estaba Andrés esperándonos,
sino otros dos personajes más, que me fueron presentados como Oswaldo Mosquera
y Reinaldo Trujillo, amigos de Andrés. Me dijeron que habían llegado a las
cinco, de manera que estuvieron esperándonos 45 minutos, y para vergüenza
adicional, José Manuel y Gesualdo no aparecían. Les pedí que me esperaran unos
minutos, que iba a buscar a mis compañeros que tenía idea dónde podrían haberse
detenido. Salí y efectivamente, los encontré en la tienda donde habíamos
comprado los pantalones, les pedí que dejaran el idilio para otro día ya que
nuestros anfitriones nos esperaban en el hotel.
Por fin nos reunimos todos
y comenzamos nuestro paseo a las siete de la noche. Pasamos por la Sexta
Avenida, hasta llegar a una "tagüara" en un sitio no muy acogedor,
allí nos bebimos par de botellas de Aguardiente Blanco. Observando el lugar,
encuentro un agujero perfecto en una pared de plástico que tenía frente a mí,
bromeando pregunté si el orificio fue producto de un balazo, y en efecto, ¡así
fue!, nos contó Oswaldo que él había estado presente el día que se produjo el
disparo luego de una acalorada discusión entre clientes del bar.
Nos acordamos de lo que
nos había dicho la funcionaria de turismo: si
no encuentran unas amiguitas creo que se van a aburrir aquí en Cali. Así
que le preguntamos a nuestros compañeros de farra si no tenían amigas, ¡claro que sí!, nos respondieron e
incontinenti llamaron a unas de ellas. Nos encontrarían en el Grill Río Cali a
las nueve de la noche. Para allá nos fuimos, donde nos esperaban Olga, Beatriz
y Maritza, de la cuarta no recuerdo el nombre, quizás porque todo el tiempo
estuvo con Oswaldo, y la mayor parte del tiempo estuvieron un poco apartadas
del resto del grupo. En todo caso, las muchachas resultaron ser unas verdaderas
pizpiretas, ¡qué suerte!, ¿o será que así son la mayoría de las caleñas?, pero
eran tres (sin contar la de Oswaldo) y nosotros éramos cinco, y la situación se
salvó porque habían otras chicas bailando solas por allí y ¡dos se nos unieron
para quedar parejos!. Me llamó mucho la
atención que el baile se hacía por canción y no "por set", como se
hacía en Maracaibo. Es decir, comenzaba a sonar una canción y todo el mundo
tomaba su pareja y a bailar, pero al terminar, todo el mundo se sentaba, de
nuevo otra canción, todos a la pista nuevamente, se terminó y a sentarse,
parecía una pelea de boxeo, baile a 15 rounds. Según nos dijeron, era lo normal
en esas tierras. Estuvimos en ese plan hasta la una de la mañana, hora en que
por disposición del gobierno municipal, los grilles debían cerrar, así las
cosas, nos despedimos de las muchachas y muchachos y muy alegres nos fuimos a
nuestro hotel. Una vez en nuestra habitación nos dio un ataque de risa a los
tres, carcajadas incontenibles, nunca supimos la razón, ¿efectos tardíos del
aguardiente Blanco?.
NOTAS
(1) En el original escribí Hotel Maríavictoria, todo junto. Busqué el hotel en internet (2019) y aparece un Hotel María Victoria, en la carrera 10, no se ajusta a la descripción que hice en aquel entonces. Y ahora que lo pienso, quizás lo del taxi fue un truco para llevarnos a dicho hotel, probablemente recibiría alguna comisión. Me pasó en otros países en viajes posteriores.
(1) En el original escribí Hotel Maríavictoria, todo junto. Busqué el hotel en internet (2019) y aparece un Hotel María Victoria, en la carrera 10, no se ajusta a la descripción que hice en aquel entonces. Y ahora que lo pienso, quizás lo del taxi fue un truco para llevarnos a dicho hotel, probablemente recibiría alguna comisión. Me pasó en otros países en viajes posteriores.
(2) ¡Lo que es la relatividad!, antes de releer las notas originales
nuevamente, después de casi 40 años, yo hubiera dicho que el señor Micolta
tendría como 50 años, ¡y tenía solo 29!, nosotros teníamos 21 y él nos pareció
casi un viejito.
(3) Famelia no aparece en la el diccionario de la RAE, pero la quiero
introducir aquí, "a ver si pega". Existe "fame", palabra en
desuso, pero no me gusta, prefiero "famelia", es más sonora.
gacetafrontal.com/biografia-de-carlota-carvallo-de-nunez/
ResponderBorrarA grandes rasgos, se puede decir que esta mujer llevaba una gran vena artística y esto es algo que se puede ver de forma abierta ya que no solo se dedicó a lo que sería la pintura y la literatura, sino que también se destacó en otros puntos.