06 de agosto de 1980
JAMUNDÍ
A las nueve de la mañana
ya estábamos camino a Jamundí, con Andrés y Oswaldo. Nuestro transporte era una
buseta de transporte público que tomó unos 45 minutos en llegar al pueblo de
Andrés, capital del municipio del mismo nombre y que fue fundada en 1536 unos
meses antes de la propia Cali, ya que fue como el asentamiento preparatorio
para su fundación. Jamundí es el nombre de un cacique de la zona.
Centro de Jamundí 2017 |
Dejamos el centro y nos
dirigimos a una especie de hato con árboles frutales y un riachuelo al fondo,
era la casa de Andrés, sus familiares nos recibieron con mucho cariño y
amabilidad, luego de un rato, a las once de la mañana, nos llevaron a un club
social muy cerca de allí, tenía piscina donde nos refrescamos dándonos unos
chapuzones en la alberca del club. El plan de Andrés era dejarnos entretenidos
en el club mientras él, junto a otros miembros de su familia, preparaba el
almuerzo, que consistía en un caldo de gallina.
Gesualdo y yo no nos
sentíamos muy bien, todavía estábamos bajo el efecto del aguardiente Blanco,
allí le decían "guayabo". Nos enseñaron un juego llamado "el
sapo", que consistía en lanzar unos anillos de metal a cierta distancia a
la boca de un sapo igualmente metálico. Lo intenté muchas veces y nunca logré
anotar ni un punto, me pareció realmente difícil, pero como siempre, no falta
el experto, el que anota con facilidad.
Por fin, a las cuatro de
la tarde, Andrés aparece en el club para decirnos que ya podíamos ir a su casa
para almorzar. Nos sirvieron un inmenso plato de caldo, estaba muy sabroso,
pero la ración era demasiado generosa. Dada la larga espera en el club, ya nos
había "embasurado" con un picadillo de carne, como para amortizar. Hice
mi mejor esfuerzo en tomarme todo el caldo, que venía con sus
"tropezones", ¡y lo logré!, expresé verbal y corporalmente mi
satisfacción, sobre todo contento porque no le hice honor a la hospitalidad de
mis amigos jamundeños. Cuando Andrés vio que los tres terminamos nos pregunta: ¿quieren más caldo, muchachos?. Gesualdo y José Manuel dijeron agradeciendo
la gentileza que ya no podían con más, antes de que yo dijera algo similar,
Andrés dice ¡Caramba! me extraña que no
repitan, tan bueno que quedó. No me quedó otra alternativa sino pedir que
me sirvieran un poco más, pero eso sí, ¡solo un poco más!.
Al final de la tarde
comenzamos el viaje de regreso a Cali, le compramos a una señora un dulce de
arequipe con pasitas en totumas, muy buenos. A pesar de que en Venezuela
también los había, nunca lo había probado, es que ni el nombre lo conocía.
Pensaba que era algo típico de Colombia.
Sin ningún contratiempo
llegamos a la capital del Valle del Cauca a las siete de la noche. Llegamos al
hotel, nos bañamos y nos arreglamos para ir con Andrés a casa de los González,
ya que habíamos hecho planes para salir con unas muchachas amigas de ellos.
Llegamos a las 8:30 pm, y tal como lo había barruntado José Manuel, ¡no estaban
las muchachas!, solo estaba el señor, la señora y algún tiempo después llego
uno de los hijos, Jorge y con él nos fuimos a la Sexta Avenida. Llegamos a una
fuente de soda, de esas que tienen mesas en la acera, y allí estuvimos
tomándonos algunas cervezas y parloteando sobre cualquier tema y viendo pasar a
toda una "fauna" nocturna, hasta la una de la mañana, hora en la que
cerraban el local. Andrés y Jorge nos acompañaron hasta el hotel, nos
despedimos cerrando así una noche un poco decepcionante por la falta de las
amiguitas.
07 de agosto de 1980
CALI - SALIDA HACIA PASTO
CALI - SALIDA HACIA PASTO
¡Suena el teléfono a las
siete de la mañana!, era la esperada llamada de Oswaldo quien nos iba a
comunicar con mi casa, por cortesía de él (lo podía hacer porque trabaja en la
empresa TELECOM y estaba de guardia nocturna), hablé con mi mamá, la puse al
día de cómo iba nuestra aventura, y acto seguido, seguí durmiendo.
Como a las ocho de la
mañana nos despertamos de verdad, a las nueve llegó Andrés. No hicimos desayuno
"casero" porque decidimos que era más conveniente comer a fuera (al
menos en Colombia), ya que no era caro y ahorrábamos mucho tiempo y así fue por
el resto del viaje.
Salimos a hacer compras,
José Manuel aún no había comprado sus pantalones vino tinto, Andrés quería
comprar unos regalos para una amiga en Lima y Gesualdo necesitaba unas franelas
para su hermanito.
El alimento matinal lo
tomamos en un lugar llamado "La Española", donde casualmente nos
encontramos a una muchacha que nos había atendido en una de las tiendas, se
llamaba Luz Marina Guerrero, la invitamos a desayunar con nosotros, nos invitó
para su casa en Palmira, si algún día regresábamos por aquellos lares.
Continuamos con las
compras, entramos a una venta de ropa cuyo dueño era un señor como de unos 60
años a quien se le notaba que estaba aún bajo el encantamiento del dios Baco
(medio "paloteado", como decimos en Maracaibo), entre tantas cosas que
nos dijo, mencionó que era oriundo de Sierra Leona, en África Occidental, pero
era de piel blanca. Nos aseguraba que en Colombia no había racismo, lo que
Andrés, siendo afroamericano, refutaba. También nos dijo que los venezolanos
eran muy buenos clientes, que compraban y compraban casi si regatear, mientras
que los gringos casi no compraban nada y se la pasaban, calculadora en mano,
sacando cuentas porque todo les parecía muy caro. Al final de toda esta
perorata, Gesualdo le compró cinco franelas y José Manuel, ¡por fin! su
pantalón vino tinto. Me parece que aquello de que "los venezolanos compran
muchísimo", tuvo su efecto, no podíamos dejar mal a nuestros paisanos,
caímos en su ardid.
Al mediodía regresamos al
hotel, pagamos la cuenta, recogimos nuestras cosas para llevarlas a casa de los
González. Nos despedimos de Andrés, y mis compañeros y yo nos fuimos cada quien
por su lado, nos reuniríamos otra vez en casa de los González a las siete de la
noche.
Yo me fui con Héctor
González a una mini feria en un barrio bastante retirado del centro. Él era
tocaba el acordeón en un grupo de vallenato e iban a tener un toque en ese
lugar. La tarima donde tocarían estaba en uno de los extremos de una cancha de basket ball, la cual haría de pista de
baile. Resulta que por alguna razón no estaba el acordeón del grupo musical, y
Héctor tuvo que ir hasta su casa a buscar el suyo, un viaje de al menos una
hora, quizás más. De manera que me quedé solo en el barrio. Me puse a dar
vueltas por la zona, me llamó mucho la atención la frecuencia con que veía
muchachas muy hermosas, ¡lo que se decía de Cali y sus mujeres era cierto!. Seguí
mi recorrido aleatorio hasta que después de media hora de deambular por aquí y
por allá, encontré un teléfono público, ¡llamaré
a casa!, pero había una colita y lo peor fue que durante la espera a las
nubes se les ocurrió hacer de aguas, me mojé un poco, pero me mantuve, por fin
llegó mi turno. Marqué el número, no cae la llamada, un nuevo intento, igual, y
otro y otro... hasta el señor que estaba detrás de mí en la cola intentó
ayudarme, nada, no se pudo. Desistí del asunto. Por cierto, el señor que me
ayudó me preguntó que si yo era costeño, le dije que sí, pero de la costa
venezolana. En varias oportunidades en Colombia nos preguntaron lo mismo. Personalmente
pienso que los costeños de Colombia y los zulianos hablamos bastante diferente,
pero para "los terceros" parece que es casi igual.
Regresé al lugar donde
estaba la tarima, a un lado habían colocado una mesa, y sobre ella habían
varias botellas del muy popular aguardiente Blanco. Alrededor de la cancha
había muchas muchachas, casi todas muy bonitas, amables y alegres y del tipo
que le ¡sostienen a uno la mirada!, yo que era (y aun lo soy) poco atrevido en
estas lides, varias veces tragué grueso.
El evento en realidad era
para recaudar libros para la biblioteca del barrio, y la atracción principal
era el conjunto vallenato donde tocaba Héctor, luego de un par de canciones,
nadie se había atrevido a entrar a la pista a bailar, el animador del evento,
además de hacer el llamado para que donen libros y viendo que nadie bailaba
decía traigan sus libros para nuestra
biblioteca y a bailar, a bailar, porque si no el conjunto se va. Y a pesar
del llamado, nadie se animaba, tuvo él mismo que bajar de la tarima y comenzar
a bailar con una de las organizadoras para ver si los demás se animaban, ¡pero
ni con eso!. La siguiente canción tuvo más éxito, pero todas las parejas eran
de los organizadores. Una de ellas, un poco regordeta y muy simpática, cuando
apenas habían unas tres parejas en la pista, me agarró por el brazo y me
"sacó a bailar", yo estaba como cucaracha en baile de gallinas, yo
que soy malísimo bailarín, me tiran en medio de una pista donde una cantidad de
personas miraba a los cuatro pela gatos que bailaban. !Qué vergüenza!, pero
total, no podía hacerle el desplante, hubiese sido peor. Me defendí como pude,
terminó la tortura, la muchacha me dio las gracias y se retiró, momentos
después regresa con un vasito de la famosa bebida caleña, le agradecí mucho el
gesto ya que en verdad lo necesitaba. Ya le había explicado que yo no era de
allí, y que nunca había bailado vallenato.
Ya eran las seis de la
tarde y los vallenateros aún seguían con la música, y a pesar de que eran muy
buenos, la gente seguía apática, como último recurso, el animador se bajó de la
tarima y comenzó a formar parejas con las personas que estaban en la periferia
de la cancha. A mí me agarró y así pude bailar con dos hermosas caleñas. Luego
unos niños subieron a la tarima para cantar, y varios cantaron la misma
canción: La niña de la mochila azul,
muy de moda en aquel entonces. Casualmente, el intérprete oficial de esa
canción, el niño mejicano Pedrito Fernández estaba en la ciudad para una serie
de shows. Uno de los niños también cantó otra de las canciones de moda: Camas separadas, tenía como ocho años,
causaba una sensación extraña ver como un niño de tan corta edad cantara una
canción como esa, pero lo hacía muy bien y la gente coreó al terminar: otra, otra, otra... pero el chamo solo
se sabía esas dos canciones, es lo que llamo "un repertorio
reducido".
Por fin a las siete de la
noche terminó el toque de Héctor y nos fuimos a su casa. Ya Gesualdo había
llegado, pero de José Manuel no sabíamos nada, lo esperamos un rato para cenar juntos,
pero dado que no aparecía, cenamos nosotros con los González.
A las ocho de la noche
llegó José Manuel junto a Oswaldo, Maritza, su hermana y un muchacho llamado
Julio, quien me había dicho que había trabajado en las obras del Círculo
Militar de Maracaibo, muy cerca de mi casa.
Mientras José Manuel
cenaba, todos conversábamos sobre diversos temas, intercambiamos direcciones,
nos tomamos las fotos de rigor y a las once fuimos al terminal de pasajeros y
¡todos nos acompañaron!. El pasaje lo habíamos
comprado en la Flota Bolivariana y nos costó 1353 pesos (por los tres, esto son
unos 30 dólres). Nos despedimos, nos dieron muchos consejos y recomendaciones y
que el regreso debía ser Lima - Cali y no Lima - Bogotá como lo teníamos
planeado.
A media noche, por fin, comenzamos nuestro viaje hacia Pasto. Me dormí aun antes de que el bus se moviera y me desperté a las tres de la mañana cuando se embarcaron unos tipos haciendo un escándalo, resulta que eran miembros de un equipo semi profesional de basket ball, pero a los cinco minutos me volví a dormir. La siguiente "despertada" fue cuando ya comenzaba a salir el sol, y el culpable fue José Manuel, que me sacudió para que viera el paisaje. Yo había insistido en viajar de día para ir viendo los paisajes y los pueblos, pero nada, vi unos bosques de pino y de nuevo con Morfeo. A las diez de la mañana por fin llegamos a Pasto, al sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador.
A media noche, por fin, comenzamos nuestro viaje hacia Pasto. Me dormí aun antes de que el bus se moviera y me desperté a las tres de la mañana cuando se embarcaron unos tipos haciendo un escándalo, resulta que eran miembros de un equipo semi profesional de basket ball, pero a los cinco minutos me volví a dormir. La siguiente "despertada" fue cuando ya comenzaba a salir el sol, y el culpable fue José Manuel, que me sacudió para que viera el paisaje. Yo había insistido en viajar de día para ir viendo los paisajes y los pueblos, pero nada, vi unos bosques de pino y de nuevo con Morfeo. A las diez de la mañana por fin llegamos a Pasto, al sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador.
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