Primer gran viaje. Lima '80. Llegada a Perú. 07.


Llegada a Perú


12 de agosto de 1980

Por fin, después de doce horas de viaje llegamos a la población fronteriza de Huaquillas. Era uno de los pueblos más feos que jamás había visto, las calles de tierra, la limpieza y el orden no estaban dentro de sus características (1).

Después de recoger nuestros equipajes nos dirigimos hacia el puesto de control para sellar nuestra salida de Ecuador, pero estaba cerrado, se nos informó que abrían a las ocho de la mañana. Así las cosas, dispusimos del tiempo que nos quedaba para desayunar y dar "unas vuelticas" por la zona. Encontramos dos pequeños restaurantes donde quizás podríamos tener nuestro acostumbrado alimento matinal. Como estaban uno al lado del otro, caímos en un estado de indecisión, de manera que aleatoriamente entramos al de la derecha, echamos un vistazo y luego nos fuimos al de la izquierda, nos pareció un "pelín" mejor y allí nos quedamos. Éramos los únicos clientes cuando llegamos, nos atendió una señora que era un verdadero prodigio de fealdad, le pedimos huevo revuelto y café con leche. Mientras esperábamos nuestro pedido, el local se fue llenando de más comensales, el común denominador era que todos eran europeos: italianos, franceses, alemanes, británicos... hasta llegué a pensar que nosotros éramos los únicos que hablábamos español. Todos venían con sus morrales y equipos de montañismo y la mayoría jóvenes.

Como sabíamos que todas estas personas también esperaban la apertura de la frontera, comimos rápido y de una vez nos fuimos en volandas para el puesto de control, pero al llegar ¡ya teníamos como veinte personas por delante!, cada quien con su morral, parecía una especie de peregrinación.

Sellamos nuestra salida de Ecuador y cuando ya estábamos a punto de cruzar el puente internacional, se nos acercó un individuo para cambiar dinero, como yo era el único que tenía el dinero a mano, le cambié 50 dólares, me lo dejó a 280 soles por dólar. Seguimos al grupo de barbudos (andinistas europeos) y llegamos al puente internacional y por primera vez vimos la bandera de Perú, comenzábamos la tercera etapa de nuestro viaje. Nos tomamos la clásica foto en medio del puente de manera que se viera la bandera y  el cartel "Bienvenidos a Perú". Este pequeño puente era la antítesis del de Rumichaca, éste, en vez de un río, lo que tenía era un charco de agua putrefacta.

Pues bien, pasamos al lado peruano, llamado Aguas Verdes, pasamos primero por una especie de aduana, el funcionario que nos revisó el pasaporte lo hizo con mucho cuidado y nos dijo: los venezolanos son muy buena gente. Nos faltaba ahora sellar la entrada a Perú que se hacía en una oficina que estaba al otro lado de la calle. Nuevamente el funcionario revisa el pasaporte y nos pregunta ¿dónde están los boletos de regreso?, le dijimos que no los teníamos y que por favor viera la nota que el cónsul de Perú en Maracaibo había colocado "entra por vía terrestre", pero el encargado nos dice que si no teníamos el boleto de retorno no nos podía dejar entrar, insistimos, no nos hacía caso, hasta que nos dice no puedo hacer nada, hablen con el jefe de la aduana, pero estoy seguro de que no los van a dejar entrar. Yo comencé a preocuparme, entramos a la oficina del jefe, tenía un aspecto decente, tenía una guayabera y era algo regordete. Se negó rotundamente a darnos el ingreso a Perú si no teníamos los boletos de regreso, José Manuel había señalado nuevamente la nota que el cónsul de Perú en Maracaibo había colocado en el pasaporte, a lo que responde algo alterado ¡esto no es Venezuela!. Le preguntamos qué podíamos hacer y nos dijo que compráramos los boletos, que en el pueblo habían algunas agencia de Aeroperú. Teníamos reservaciones del vuelo Lima - Bogotá, pero eso no le fue suficiente, necesitaba los boletos en mano.

Salimos de la oficina muy preocupados, sin saber qué hacer. Mientras pensábamos en un plan, sentados en una acera, mirando hacia el infinito, vimos un pequeño anuncio que decía Aeroperú en una pequeña casita por allí cerca, pero estaba cerrada aún. Entre las alternativas que se nos habían ocurrido estaba comprar en esa oficina el boleto Lima - Bogotá, o comprar un pasaje en bus Tumbes - Huaquillas y no utilizarlo. Mientras estábamos inmersos en ese dilema, se nos acerca un señor y nos dice que él nos podía llevar a Tumbes, se había dado cuenta que éramos tres y dado que tenía dos pasajeros en su carro, con nosotros completaría el cupo. Le dijimos que teníamos que ir a Tumbes pero que todavía no podíamos, insistía e insistía, ya se estaba poniendo molesto, para quitárnoslo de encima le contamos nuestro problema con los boletos a lo que nos dijo ¿y por qué no le habíamos ofrecido dinero al jefe?, la verdad en que no se nos había ocurrido, y además, no nos gustaba mucho la idea porque no éramos de allí y no sabíamos cómo reaccionaría. Le dijimos si quiere vaya usted y le pregunta a ver qué pasa. para nuestra sorpresa el tipo fue y habló con el funcionario, Gesualdo entró con el chofer y a los minutos sale y me dijo dame 3000 soles, le pregunté para qué y me respondió ¡callate y pasame los reales!. Yo tenía en el bolsillo del pantalón un manojo de billetes, no sabía si los tenía o no y si eso era mucho o poco. Gesualdo se fue con el dinero y a los pocos minutos nos llama, entramos a la oficina del jefe, quien tan mal nos había tratado inicialmente, ahora era toda una fuente inagotable de amabilidad, nos entregó unos formularios para el ingreso y mientras los llenábamos nos pregunta ¿les pongo 30 días?, él mismo se responde, no, mejor 90 días ¿verdad? a lo mejor se encuentran unas peruanitas y quieren quedarse más tiempo. Terminamos de llenar las planillas, nos puso el sello y casi salimos corriendo de allí.
Le pregunté a Gesualdo cómo había sido la negociación y resulta que el chofer le dijo al jefe aquí hay tres venezolanos que tienen un problemita y están dispuestos a darte un kilito por cabeza, a lo que respondió el funcionario ¿Ves? ¡Ahora sí estamos hablando el mismo idioma!. Lo del "kilito" eran mil soles. En el carro nos pusimos a sacar cuentas, ya que nos llamó la atención semejante cambio de actitud por tres mil soles, resultó ser la insignificante cantidad de ¡45 bolívares por los tres! (algo más de 10 dólares), no nos quedó más que reírnos.

A las nueve de la mañana ya estábamos camino a Tumbes, pero no nos detendríamos allí, sino en Piura porque ya que todos los pasajeros teníamos como destino esa población, el chofer aceptó ir de manera expresa, por supuesto con su respectivo ajuste de precio del pasaje.

Yo iba sentado al lado del conductor, a mi otro lado iba un señor relativamente normal, detrás iban Gesualdo en la ventana izquierda, al centro un señor como de 55 años, de cabello canoso, largo y con una gran barba, me recordó aquella imagen clásica de Karl Marx. Su vestimenta reforzaba el parecido con el pensador alemán.

El paisaje no era muy bonito, pero ¡era Perú!, así que había que verlo. La zona era desértica. La carretera era recta e íbamos muy despacio. El auto era como del año 67, nos detuvimos varias veces por desperfectos en el vehículo. Finalmente llegamos a unas pequeñas colinas, de manera que la rectitud de la carretera paso a curvas ascendentes, sin embargo, el paisaje seguía siendo xerófito, parecía estar en el ambiente del "Correcaminos y el Coyote" de las comiquitas de TV. De pronto aparecieron pozos petroleros, bastantes, Seguíamos ascendiendo, curvas y precipicios, cuando de repente aparece ante nosotros el ¡OCÉANO PACÍFICO!, me sentí casi como alguien que ve por primera vez el mar. A partir de allí comenzó el descenso, la carretera ahora iba a un lado de la costa. El carro se accidentó varias veces y nos hizo perder mucho tiempo, íbamos como a 40 km/h. Pasamos por Tumbes sin detenernos, por fin a la una de la tarde llegamos a Piura. Nos despedimos de nuestro Marx, y en una placita cerca del centro de la ciudad nos sentamos a discutir nuestro plan de acción. Según nuestro plan original debíamos pernoctar en este pueblo, pero Piura no nos pareció nada interesante, así las cosas, José Manuel propuso seguir hasta Trujillo, y los demás dijimos ¡vamos a echarle bolas!, pero el factor que influyó más para tomar esta decisión fue nuestra ansiedad por internarnos más en Perú.

Preguntamos por los buses hacia Trujillo, nos informaron que allí no había buses para ninguna parte, solo carritos por puesto y solo hasta Chiclayo, población intermedia entre Piura y Trujillo. Encontramos los susodichos carritos, le volvimos a preguntar a uno de los conductores y nos reiteró que solo hasta Chiclayo, no le creímos mucho, pero era un "lo toman o lo dejan", decidimos tomarlo. Era un carrito de 5 puestos, nosotros éramos tres, faltaban dos, y el chofer no saldría hasta completar los cinco pasajeros. El chofer se fue a almorzar y nosotros nos quedamos en la oficina a esperar viendo televisión, aunque de vez en cuando salíamos a la calle a buscar pasajeros diciendo ¡Chiclayo, Chiclayo, dos puestos nada más!, nada que aparecían. Nos comenzamos a inquietar un poco dado que el tiempo pasaba. Decidimos pagar los otros dos puestos e irnos de una vez, nos costaría unos 40 bolívares (algo más de 9 dólares), pero llegaría antes a Trujillo.

A las dos de la tarde salimos rumbo a Chiclayo, esta vez José iba en el puesto delantero, y Gesualdo y yo atrás. La carretera era una recta increíble, ni la más leve curva, no veíamos otros vehículos en ningún sentido, solo nosotros, todo igual, solo desierto, el desierto de Sechura. Nada de casas, árboles, personas, animales... monotonía completa. Caímos en un letargo, el dios Somnus nos llamaba y le estábamos haciendo caso cuando José Manuel observa que el chofer estaba cabeceando, ¡Pánico!, ¡el conductor se estaba durmiendo también!. José Manuel
Carretera Chiclayo - Trujillo (Google Maps 2015)
le advierte la novedad a Gesualdo y entre los dos le sacan las mil y una conversaciones al somnoliento piloto. Entre tantos temas, cayeron en las bebidas típicas, y entre ellas, la chicha peruana. Gesualdo comenzó a decir que él tenía que probarla, e insistió tanto, que el chofer se detuvo en una casita con techo de paja  en medio del desierto, una especie de oasis. Aquí podemos comprar chicha peruana, y en efecto vendían chicha, chicha chiclayana. Pedimos un vasito para cada uno, pero no la vendían así, sino la botella completa. Gesualdo vaciló un poco, pero para no quedar mal con el chofer pidió la botella, sin preguntar el precio. El aspecto de la botella revelaba que era de fabricación artesanal, es decir, casera. Nos dieron unos vasitos y la probamos, ¡puff, sumamente agria y fuerte!, yo no me la pude tomar, así que dejé el vaso y pedí un refresco, lo mismo hizo José Manuel. El chofer se la tomó tranquilamente y Gesualdo, haciéndose el guapo, también. Al momento de pagar, la señora que nos atendía nos dice que son tres barras, ¿barras?, así llamaban coloquialmente a 100 soles. La botella no costó ni cuatro bolívares (menos de un dólar), la pagamos y la dejamos allí.

Llegamos a Chiclayo a las cinco y media de la tarde, lo poco que pudimos ver desde la ventana del auto, parecía una ciudad bonita y agradable, tanto así que estuvimos tentados a quedarnos allí para conocerla mejor y ¡descansar!. Mientras esos pensamientos se paseaban por nuestras mentes, llegamos al terminal de pasajeros, al detenernos, el chofer nos dice que el auto delante de nosotros está a punto de salir para Trujillo y que al parecer le faltan tres pasajeros, Preguntamos y efectivamente faltaban tres. Unánimemente decidimos seguir hasta Trujillo. El pasaje costó mil soles por persona (15 bolívares, 3,5 dólares).

A cinco minutos de haber dejado el automóvil que nos trajo de Piura, ya estábamos embarcados en otro rumbo a Trujillo. Oscureció pronto y no se pudo ver el paisaje, ahora la carretera tenía curvas en vez de las luengas rectas infinitas. Ascendíamos por terreno montañoso, apenas si hablábamos, estábamos muy cansados, además, los otros tres pasajeros (sí, éramos seis), no eran muy conversadores.

A las ocho de la noche, el chofer pregunta si queríamos cenar por allí, o si preferíamos seguir hasta Trujillo. Nadie respondió, yo pregunté ¿cuánto falta para llegar?, respondió una hora. Eso fue el detonante, le pedimos que parara por allí, al parecer era la respuesta que el chofer esperaba, ya que nos dijo, ¡claro que sí!, vamos al restaurant de una conocida mía por aquí cerquita.

Salimos de la carretera, seguimos paralelos a ella en la más completa oscuridad, el verdadero reino de las tinieblas, cuando ya comenzaba a preocuparme el asunto, vimos unas lucecitas, como luciérnagas estacionarias, hacia allá nos dirigimos hasta que descubrimos que ése era el restaurant. Entramos y los tres nos sentamos en una mesa, iluminados por lámparas de kerosén ubicadas en sitios estratégicos para proporcionar una aceptable visibilidad. ¡Se fue la luz!, fue lo que nos imaginamos, hasta que haciendo un escaneo visual del lugar nos dimos cuenta que no había ningún artefacto eléctrico, ni bombillos, ni tomacorrientes, es que en este lugar ¡no llega el fluido eléctrico!.

Aparece el mesonero, un muchachito como de trece años, le preguntamos cuál era el plato del día y nos responde: cabrito. Ordenamos tres servicios con sus respectivas Coca Colas, las Pepsis eran difíciles de encontrar en todo Perú, como pudimos notar después (2). Los cabritos venían acompañados con caraotas blancas, o "fríjoles", como le dicen por allá. Resultaron muy buenos, pero Gesualdo comentó que estaba sabroso, pero "no le hizo nada", José Manuel dijo lo mismo, así que pidieron otro servicio, y yo, aunque también me comería otro, no quise arriesgarme a que no tuviésemos con qué pagar, yo era quien tenía el dinero en soles, así que no me atreví. Pidieron dos cabritos más y para mayor angustia para mí, un servicio adicional de fríjoles. No les dije nada para no pasar por "pichirre". Cuando por fin se comieron todo, Gesualdo me dice Vai Germán, pagá pués (3), le digo al mesonerito que me traiga la cuenta y me dijo que eran 1250 soles, ¡upaaa, espero tener esa cantidad!, pensé. Efectivamente la tenía, creo que debido al susto, ni propina le dejé al chamo. Cuando en el carro sacamos la cuenta, nos dio mucha risa, cada cabrito costó 2,5 bolívares (60 centavos de dólar), pero luego me di cuenta de lo tonto que fui en no pedir otro cabrito para mí.

A las 9:30 pm hicimos nuestra "entrada triunfal" a Trujillo, sin embargo, estábamos algo preocupados porque no teníamos ni idea de en dónde iríamos a hospedarnos y parecía un poco aterrador ponerse a buscar un hotel de noche, a pie, con unos morrales encima y por una ciudad completamente desconocida. De repente a
Hotel de Turistas (foto toma de internet)
José Manuel se acordó del nombre de un hotel que había leído unos días antes en un folleto turístico, y le pregunta al chofer ¿va a pasar cerca del Hotel de Turistas?, nos dijo que sí, que nos podía dejar allí, está en el centro de la ciudad. Pasamos por la plaza de Armas, equivalente a nuestras plazas Bolívar, le damos la vuelta y en una de las esquinas el auto se detiene y el chofer nos dijo ¡Señores, el hotel de Turistas. Nos sorprendió bastante, tenía el aspecto de un hotel de lujo, de unas tres estrellas, entrada con puertas de vidrio, portero uniformado, lobby con lámparas de lágrimas, alfombrado, estilo colonial, muy bien mantenido. Le dije a José Manuel, ¡vamos a quedarnos aquí así cueste 200 bolívares la noche!, realmente estábamos muy cansados para ponernos a buscar hoteles, la decisión fue unánime ¡nos quedamos! (4) (5).
Ya en la habitación, me di cuenta que llevábamos 39 horas sin quitarnos los zapatos, y casi el mismo tiempo sin dormir, fue el maratón más largo que hicimos durante todo el viaje (6). ¡Nos bañamos y a dormir!.


Notas:
(1) Esa fue mi impresión del pueblo porque fue lo que vi, pero en realidad estaba en la propia zona fronteriza, el verdadero pueblo está un poco más alejado de la línea divisoria y no es tan terriblemente feo.(2) En aquellos años en Venezuela la Pepsi Cola era quien dominaba, por mucho, el mercado nacional hasta que en 1996. Con la llamada Operación Cisne, los Cisneros dejaron Pepsi, para embotellar Coca Cola, volteando la tortilla en el mercado de refrescos.(3) No estoy muy seguro si ese "vai" se escribe con "i" o con "y", lo coloco aquí con "i", porque así lo he visto con más frecuencia en la variante maracucha del español. Quizás la forma más popular sea "Vai pués, primo".(4) El costo de la habitación triple con baño y agua caliente costó 58 bolívares por noche (13,5 dólares).(5) El hotel de Turistas pertenecía a una red hotelera creada y administrada por el gobierno peruano. Existió hasta 1992 cuando la cadena hotelera fue vendida a una empresa privada. Hoy se llama "Hotel Libertador".(6) Notal en el texto original: Este maratón fue casi sin interrupción desde Quito a Trujillo.

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