Llegada a Lima
15 de agosto
de 1980
Con los primeros rayos de
la aurora, del viernes 15 de agosto, llegamos a Lima, hito principal de nuestro
periplo, pero esta vez era solo un toque técnico ya que nuestro destino a
estas alturas del viaje era Cusco y dar un primer vistazo a la capital peruana. A las siete
de la mañana ya estábamos en el terminal Roggero, hacía frío afuera y a pesar
de que había dormido durante prácticamente todo el recorrido, estaba cansado.
No recuerdo nada del trayecto, solo que me embarqué en Trujillo y me desperté
en Lima. José Manuel llamó por teléfono a una muchacha que había conocido en un
viaje a Miami y a la que había contactado por correo con la idea de tener a
alguien que nos guíe en Lima. Se llamaba Carmen Luisa Ghio. Siempre es bueno
tener conocidos en todas partes, especialmente si estamos en una parte en la
cual se es un forastero. Nos dijeron que Lars, el esposo de Carmen Luisa nos
iría a buscar al terminal.
La espera de Lars se hizo
larga, hasta me quedé dormido sentado abrazado al morral. Por fin nuestro amigo
llegó a las ocho y media de la mañana, me despertaron, al intentar levantarme
casi me caigo, tenía la pierna izquierda completamente acalambrada por haber
dormido en mala posición. Lars era un tipo de ascendencia sueca, alto y de
barba, vestía elegantemente cuando nos fue a buscar, ¡estaba trabajando!, laboraba
en una empresa de aceros especiales que su padre había fundado había fundado
hacía algunos años, a pesar
de verse mayor, ¡solo era un par años más viejo que
yo! Así las cosas, salimos en el pequeño automóvil de Lars a buscar algún hotel
donde hospedarnos. Le comentamos que buscábamos un hotel no muy costoso, pero
que tuviera baño y agua caliente. Fuimos a varios, algunos no tenían
habitaciones disponibles y otros no tenían baño. En ese plan estuvimos más de
una hora, ya nos estaba dando vergüenza con Lars, quien parecía que había
dejado el trabajo para estar con nosotros. Así encontramos el “Gran Hotel” en
la avenida Abancay, no tenía baño en las habitaciones, pero total, solo íbamos
a pasar una noche allí, al siguiente día estaríamos rumbo a Cusco. El costo de
la habitación fue de 3850 soles (unos 14 dólares).
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Gran Hotel. Google Maps 2013. |
Nos despedimos de Lars, quien antes de irse nos dijo que
nos vendría a buscar a la una de la tarde para almorzar en su casa con Carmen
Luisa.
Aprovechamos la mañana para “dar unas vuelticas” por
los alrededores, entramos al City Bank a cambiar algunos cheques de viajero y después
al correo donde por fin pudimos enviar las postales. Nos encontramos con la
majestuosa Plaza San Martín y los magníficos edificios clásicos que la rodean,
¡parecía que estuviésemos en Madrid! Las aceras eran
muy anchas plenas de
vendedores de revistas y libros usados, en uno de ellos encontré varios
ejemplares de la revista “El Popola Ĉinio”, ¡en esperanto!, el idioma que hacía un par de años
había comenzado a estudiar, eso sí que fue una gran sorpresa. Costaban 50
soles, así que le dije al vendedor: si me las dejas en 40 soles te compro 10, ¡trato
hecho!, me imagino que estaría contentísimo (yo también), ¿quién iba a querer
comprar unas revistas en un idioma tan extraño? Dejé las revistas en casa de
Lars y Carmen Luisa, pesaban mucho y las recogería al regreso de nuestro viaje
a Cusco. Días después, cuando me iban a devolver las revistas Lars me pregunta por
el extraño idioma, pensó que podría ser rumano, o algún dialecto del italiano o
del español, tuve que explicarle lo que era esperanto, como me gusta decir: La
plej perfekta kaj praktika lingvo internacia (la más perfecta y práctica
lengua internacional).
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Plaza San Martín. Google Maps 2013. |
Como a la una y treinta llegamos a la casa de los
padres de Carmen Luisa, donde vivía también Lars, ya que aún no habían comprado
su casa, estaban en esas diligencias). La casa estaba situada en una zona
bastante exclusiva de Lima llamada “La Molina”. Era una hermosa casa, grande,
elegante y con piscina. Allí finalmente conocimos a Carmen Luisa (José Manuel
la conoció en un viaje a Miami el año anterior). Ella era una muchacha muy
bonita, simpática y de nuestra edad, nos presentaron a Silvia, una amiga de
Carmen Luisa. Mientras nos tomábamos unas cervecitas peruanas, le contábamos a
nuestros nuevos amigos algunas de las vicisitudes de nuestro viaje. Luego de
ese casual preludio, pasamos al comedor para el prometido almuerzo.
De lo que comimos solo recuerdo el “choclo a la
huancaína”, es sorprendente que con el paso de los años nunca se me haya
olvidado ese exótico nombre. Choclo es
la palabra de esos parajes para el maíz. Muy sabroso, pero tenía una de mis
menos preciadas piezas culinarias: ¡aceitunas negras!, bueno, no me gustan de ningún
color, pero por no parecer descortés, me las comí, pero eso sí, utilizando,
como siempre lo hago en este tipo de situaciones, el principio de la señora
Owens: Cualquier cosa cortada suficientemente pequeña es comestible, con
eso en mente, disimuladamente hice pequeños trocitos de tan funesta frutilla, y
a pesar de todo este esfuerzo, Carmen Luisa me dice: ¡que raro te comes las
aceitunas!, le respondí con un toque de picardía: es que así las saboreo
mejor.
Le agradecimos el extraordinario almuerzo y salimos a
pasear por la ciudad. Comenzamos por el puerto, El Callao, playas, Lince,
centros comerciales, parques, embajadas. A las siete de la noche nos dejaron en
el hotel y nos despedimos de ellos hasta nuestro regreso de “La Sierra”.
Luego de un merecido descanso en el hotel, salimos a
cenar, fuimos caminando hasta la plaza San Martín, vimos muchísimos turistas
europeos con sus suéteres de lana de alpaca, de esos de color marrón y crema
con figuras, la verdad es que me gustaron mucho y quise comprarme uno. Cenamos
en uno de esos restaurantes, igualmente llenos de los turistas europeos. De
allí regresamos al hotel. Teníamos que estar en el aeropuerto a las cinco de la
mañana, razón por la cual nos acostamos temprano.
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