IX. Vacaciones en Jají, el Terremoto y Héctor José (1967).

Realmente no sé por qué, pero 1967 fue uno de mis años favoritos, casi todos los años terminados en siete me han gustado, con la penosa excepción del 2017. Y no es que sea por cuestiones de esoterismo, simplemente me gusta el número, nada más. Pero 1967 además de la cifra, me trae muy gratos recuerdos.

Hacienda El Carmen, Jají (Mérida)
En el colegio íbamos muy bien con el hermano Hilario, a veces perdía la paciencia y castigaba a uno que otro con un coscorrón o con el odioso “calentamiento de orejas”. Era el año de las tablas de multiplicar, los cuadernos traían impresa, en su tapa posterior todas las tablas, del 1 al 10, y que había que aprendérselas de memoria, ¡ya me aprendí la tabla del cuatro!, decía alguien, y otro replicaba ¡y yo ya me sé la del 6, preguntámela pa’ que veáis!.

No lo he contado hasta ahora, pero los baños eran muy curiosos, estaban en el patio, aunque había también en el la parte interna del colegio. Había urinarios, pero para lo otro, lo que habían eran una especie de letrinas, consistían en un piso de porcelana blanca con un agujero, de manera que el proceso de evacuación había que hacerlo en cuclillas, y el tanquecito de agua estaba arriba, para “bajar el agua” había que tirar de una cadenita, el agua corría por un tubo que llegaba hasta el agujero llevándose lo que allí hubiese. Yo nunca, ¡nunca! llegué a usar semejante sistema. Pero había en esto algo curioso e interesante, cada vez que se halaba la cadenita, y el agua caía y entraba por el hoyo, aparecían, no se de donde, unas cinco o seis cucarachas corriendo como desesperadas para volver a desaparecer en cuestión de segundos. En verdad era divertido, fue una práctica común el “tirar de la cadenita” para ver correr a estos conchudos insectos.

La Cantina de El Mocho
En la cantina estaba El Mocho, le faltaba una oreja, nunca supe por qué no la tenía, y en verdad nunca me lo pregunté si no hasta ahora que escribo estas
Uvita Grapette
líneas 50 años después. El Mocho estuvo a cargo de la venta de chucherías, pancitos, refrescos y galletas hasta, por lo menos, cuando nos graduamos de bachiller en 1976. El Mocho tenía un ayudante mudo, le decíamos “El Múo”, hablaba con sonidos ininteligibles pero se hacía entender por señas, eran ambos El Mocho y El Múo muy buenas personas. Comprar en la cantina, durante el recreo, era toda una odisea, no existía el concepto de cola, era el que a punta de empujones y sacudidas llegara hasta la barra de cemento y pegara más gritos ¡Mocho, Mocho vendeme un pastelito! Los refrescos costaban un medio (Bs 0,25), como casi todo lo demás. Había unas galletas grandes, redondas con un relleno de algo rosado, quizás una crema de fresa o frambuesa, el asunto es que costaban una locha (12 céntimos y medio, o un “cuartillo” como decían los mayores).

A mi me daban un real diario para la cantina, medio para la mañana y medio para la tarde. Las monedas de un medio, real, uno, dos y cinco bolívares eran de plata, las de menos denominación eran de un tipo de aleación de níquel, aunque creo que las de 5 céntimos, las puyas, eran como de cobre. Las monedas de plata se iban gastando, y las inscripciones y el perfil de Simón Bolívar también se iba desapareciendo. Un día se apareció Jorge De Oteiza en el recreo con un bolívar nuevecito, brillante, casi blanco y mostrando orgulloso su moneda de plata nos dice a los otros tres que estábamos con él ¡hoy brindo los refrescos yo, tengo un bolívar! Y en verdad alcanzó para un refresco para cada uno. La gaseosa que más pedíamos era la Pepsi Cola, o Peisi, como le decíamos nosotros. Las otras eran la uvita Grapette, la naranjita Green Spot, otra uvita llamada Old Colony, el “oranche” Crush y la colita Dumbo.

Al otro extremo de la cantina, estaba el cepilladero, a un lado del portón que daba acceso a los autos y buses. Los sabores clásicos eran de rojo, limón, piña, tamarindo y vainilla. Mi preferido era el de vainilla con “topping” de leche condensada, también costaban un medio.

Nuevo billete de 5 bolívares (1966)
Después de hablar tanto de esas monedas de plata, ahora tengo que decir que ese año ¡las cambiaron a monedas de níquel!, ¡todas!. Dado que ocurrió durante el gobierno de los adecos (Raúl Leoni era el presidente), les llamaron a esas monedas “los adequitos”, había mucha gente descontenta, era como si se hubiese devaluado el signo monetario. Decían metan un medio en un vaso de agua y déjenlo por un día para que vean que el metal desaparece y queda un cartón solo, eran habladurías pero yo nunca me atreví a hacer la prueba para no perder mi medio. ¡Cosas de muchachos!. La moneda de 5 bolívares, el Fuerte, desapareció y fue reemplazado por un billete que era conmemorativo del Cuatricentenario de Caracas, era azul, por un lado tenía un mapa de Caracas cuando la fundaron, y por el otro la figura de Diego de Losada, fundador de Santiago de León. En realidad este billete apareció en 1966.

La Playa, la cortada y el Hospital Central
Los paseos a la playa eran casi siempre para la zona de Santa Cruz de Mara, allí habían unos balnearios a los cuales se entraba por una módica suma. Las playas más famosas eran Las Palmeras, Los Coquitos, Las Mercedes, La Playa de la Universidad y hasta la playa del colegio que quedaba por allí.

El paseo era largo, la salida desde nuestra casa era por lo que es hoy la Avenida Guajira, luego la Pepsi Cola (que ahora es Coca Cola) y así hasta Cabeza de Toro o Puerto Caballo. Nos parecía todo esto lejísimo, un verdadero viaje. Por fin llegábamos a Santa Cruz y adentrándonos por una de esas callecitas, llegábamos a la orilla del Lago (o más bien, la bahía de El Tablazo). Allí pasábamos todo el día, comiendo el arroz con pollo, sandwichs o perros calientes que mi mamá preparaba para el almuerzo. A veces la tierra bajo el agua estaba floja y nosotros decíamos esto es pura zipa, la verdad es que no sé si esta palabra es con “z”, “s” o “c”, nunca la he visto escrita, no aparece en el diccionario de la Real Academia Ed. 23, ¡de alguna forma tenía que escribirla!.

Uno de esos sábados fuimos a Las Palmeras, esa vez nos acompañó mi primo Miguel Alcalá, “Miguelito” como le llamábamos, era mayor que yo y por lo tanto sabía más cosas, era muy ocurrente y por lo menos a mi me divertía y agradaba mucho su compañía. Jugábamos a algo en dentro del agua cuando de pronto siento algo extraño en el pie, cuando lo levanto veo un sangrero, me había cortado con una lata que alguien había tirado allí. Salí cojeando pegando gritos, mi papá me cargó, me llevó hasta la orilla y vio la cortada en toda la planta del pie derecho, mi hermana dice que se me veía algo de blanca grasa
Entrada a la emergencia Hospital Central
saliendo de la herida. ¡Vamos a llevarlo al hospital para que lo curen! El hospital más cercano era el Hospital Universitario, nunca había estado allí, pero desde lejos se veía imponente, moderno, me tranquilizó un poco saber que me llevarían allí, pero algo pasó que lo dejamos de largo y seguimos hasta el Hospital Central, muy viejo y no sé pero le tenía idea a ese lugar, comencé a llorar con más vehemencia diciendo entre sollozos ¡No, al Hospital Central no!, ¡No quiero ir al hospital Central!, pero nada, allá fuimos a dar. Para curar la herida, el doctor tuvo que cocérmela con seis puntos de sutura, por fin calmado y con el pie envuelto en vendas regresamos a la casa. Algo que no se me olvida es que el doctor que me curó tenía en la bata blanca un símbolo con tres letras H.C.U., le pregunté qué querían decir esas letras y me dijo Hospital Central Doctor Urquinaona. Sorprendido exclamé ¿Urquinaona?, me aclaró que el Dr. Urquinaona fue uno de los promotores del Hospital, que antes era la Casa de la Beneficiencia, y que no era doctor por médico, si no por abogado. Esto no es tan relevante, pero es una escena que se me ha quedado grabada por siempre.

Personajes de La Isla de Gillligan
Al llegar a casa, le pedí a Miguelito que me acompañara un poco más, así lo hizo, pero empezó a echarme broma con una especie de cancioncita que inventó aludiendo a lo ocurrido Yo no quiero ir al hospital Central, Yo no quiero ir al Hospital Central, Yo no quiero ir al Hospital Central… ¡y lo curaron!.  Luego de la burlita, nos pusimos a ver en la televisión, por el canal 13, Tele Trece, un programa que me gustaba mucho La Isla de Gilligan. Y ya que mencioné a este personaje, en el colegio había un hermano llamado Ángel, a quien a alguien se le pareció a Gilligan y así se quedó el hermano Gilligan.

Vacaciones en Jají y en la ciudad de Mérida
Mi tía María, hermana menor de mi mamá, vivía en Mérida mientras estudiaba medicina en la Universidad de Los Andes (ULA), mi abuelita Hercilia Rosa la acompañaba y nosotros pasábamos una temporada en nuestras vacaciones escolares en la Ciudad de Los Caballeros.

El viaje hasta allá casi siempre lo hacíamos por la Transandina, o “por el Páramo” como decíamos nosotros. Si el viaje a Santa Cruz de Mara era algo largo, ir hasta Mérida era como ir al otro lado del mundo, el primer hito importante era Agua Viva, en el estado Trujillo, ese lugar era como el “medio de la nada”, un lugar remoto, allí, tal como todavía lo hago cuando voy a los Andes, hacíamos nuestra parada para estirar las piernas, ir al baño, o comer algo. Luego venía Valera, La Puerta y Timotes, allí hacíamos otra parada, en la estación de servicio Shell un poco antes de entrar al pueblo, al lado de la estación de servicio había un pequeño restaurante donde a veces almorzábamos. Luego de allí venía lo bueno, La Venta, Chachopo y el Páramo con sus piedras y Frailejones. La piedra del sapo y el Pico Águila, eran el clímax del viaje, aunque casi nunca nos deteníamos allí. Yo sufría mucho con esas curvas y el mal de páramo, más de una vez tuvimos que parar de emergencia para vomitar. Me daba miedo esa carretera, en 1981 me propuse a vencer ese miedo haciendo el recorrido a pie, de mochilero, el relato de esta pequeña aventura se puede leer en Caminata andina1981, Timotes-Mucuruba.

En Mérida nos quedábamos en el apartamento de mi tía María, ella se había casado con José Omar Monzón, nuestro tío Monzón, que con el tiempo se convirtió casi en nuestro segundo padre, fue un gran amigo de mi papá y ambos tuvieron muchísimas aventuras y anécdotas. Nos entretenían mucho sus historias, la mayoría de ellas muy divertidas, ¡es que eran tremendos!. La familia de mi tío Monzón tenía una hacienda de café en un lugar llamado La Playa, a dos kilómetros del pueblo de Jají. La Hacienda, que aun existe y está en todo su esplendor, se llama El Carmen, administrada por mis primos Julio, Andrés y su esposa Mónica León, aun funciona como hacienda de café, acondicionaron un museo y varias habitaciones para los que quieran pasar allí unos días en un muy agradable ambiente bucólico. Más sobre la hacienda en www.haciendaelcarmen.com

Pasé momentos memorables en esa hacienda, especialmente cuando coincidíamos muchos primos, Carlitos y Sarita Sideregts, Dorita Monzón (la hermanita menor de mi tío Monzón), Alfredo y Elsy Borrero Alcalá, Carlos y Jorge Camacho Monzón. Andrés y Carolina, hijos de mi tía María y mi tío Monzón estaban muy pequeños para jugar con nosotros. Había una gran piscina con el agua helada, cafetales y naranjales por donde pasábamos horas caminando. Por las noches jugábamos juegos de mesa como Ludo, Sospecha (ahora le dicen Clue), Damas Chinas, Monopolio y así. La hacienda fue fundada en la segunda mitad del siglo XIX, era una casona de techos de tejas y paredes de bahareque, pisos de madera, el mobiliario era el original, con retratos de los ancestros de los Monzón en algunas de las salas de estar, fonógrafos, tinajeros, balcones con barandas de madera con vista a las montañas, los paseos a pie hasta Jají, con el cruce del tenebroso puentecito colgante por el riachuelo que por allí pasaba, riachuelo que tiempos de lluvia cobraba una fuerza increíble. Para mí fueron las mejores vacaciones que he pasado hasta ahora. Cada vez que voy se me vienen todos esos extraordinarios momentos.

El terremoto de Caracas
Estábamos en el apartamento de mi tía María en Mérida viendo la televisión después de haber cenado, transmitían una serie por el canal 2 (el único que había) llamada Los Valientes Monroe1, eran las 8 pm, el programa estaba comenzando cuando de pronto se va la señal, quedó la pantalla con los puntitos blancos, negros y grises que aleatoriamente se movían a una alta velocidad, pasaron 2, 5, 10 minutos y ya cuando íbamos a desistir de ver uno de nuestros programas favoritos, regresa la señal, pero no con Los Valientes Monroe, sino con el, para entonces joven periodista, Rafael Poleo pidiendo disculpas por
la caída de la señal y dando la noticia de que en Caracas había ocurrido un fuerte terremoto, eso fue el 29 de julio a las 08:02 pm. El periodista se veía muy nervioso, nosotros llamamos a nuestra abuela y le dijimos Abuelita, en la televisión están diciendo que en Caracas hubo un terremoto, mi abuela entonces con alarmante tono dijo ¡Ay Dios mío y su papá está allá, en Caracas! Mi tía María comenzó a llamar a mi mamá que estaba en Maracaibo, para saber si se había comunicado con mi papá. Las comunicaciones estaban algo congestionadas, pero finalmente logró hablar con mi mamá que le dijo A Antimio no le pasó nada, se vino ayer de Caracas, está aquí, en casa. ¡Qué alivio! Resulta que mi papá era vendedor al mayor de Diablitos Underwood, y estaba en una convención de vendedores de la empresa en Caracas, ese día, el 29 de julio, iban a cerrar la convención con una gran fiesta en un hotel, y mi papá se vino a Maracaibo, a pesar de la insistencia de sus compañeros, porque había escuchado que en las próximas horas iba a haber un terremoto, les dijo a sus colegas ¡no sé si será verdad o no, pero por si acaso yo me voy!, y así lo hizo. Ciertamente se corrían rumores de que Caracas en su cuatricentenario sería destruida por un fuerte sismo. Una de estas “pitonisas” fue la italiana Marina Marotti, cuyas predicciones fueron publicadas en la revista Élite en enero de ese año. Otro fue un miembro de la Federación de Espiritistas de Venezuela que días antes había anunciado el desastre que se avecinaba (1).  


Los 400 años de Caracas fueron muy celebrados y publicitados, me acuerdo del enorme premio de la Lotería de Caracas con su premio especial de aniversario, con la extraordinaria suma de 5 millones de bolívares. Muchas canciones se compusieron para el aniversario de la fundación de la capital, entre ellas esa que dice2:

          ¡Epa Isidoro!
          ¡Buena broma que me echaste!
          El día que te marchaste
          sin acordarte de mi serenata…

         y sigo pensando que ese viaje tuyo
         no era necesario,
         ahora que Caracas está
         celebrando cuatricentenario…

¡Y conocimos a Renny Ottolina!
Mi papá era miembro del Club de Leones de Los Haticos, trabajaban en proyectos de ayuda a la comunidad, su lema internacional es We serve, ¡lo cuplían a cabalidad!. Uno de esos proyectos fue traer a todo el elenco del programa de televisión El Show de Renny, con el Número Uno de la televisión
Renny Ottolina
venezolana Renny Ottolina. La idea era recabar fondos para las obras sociales del Club. El programa se realizó en Maracaibo, el centro de operaciones era el Hotel del Lago, mi papá nos llevó a los tres (a Gisela, a Jorge y a mi), para arriba y para abajo durante todo el trajín de la preparación del programa, allí conocimos a Guillermo González, Pepeto, Tilingo y Bólido de Radio Rochela. También cantantes como Mirna Ríos y Mayra Martí, de esta última estaba encargada mi papá, Mayra también venía con su papá, pues íbamos todos en la camionetita de mi papá con la famosa cantante (yo no la conocía mucho, pero todos decían que era famosa). Mientras duró el ajetreo del programa, mi papá mencionaba mucho a Mayra, hasta que, según mi hermana, ¡mi mamá se puso celosa!. Nosotros nos la pasábamos pidiéndole autógrafos a todos estos artistas, recuerdo muy claramente cuando le llegué al gran productor y locutor: Renny, Renny un autógrafo por favor… me dijo No tengo bolígrafo… salí corriendo,  busqué uno y le volví a llegar (se encontraba en una barra del hotel hablando con alguien), Renny, Renny un autógrafo por favor… otra vez me dijo y con tono un poco molesto No tengo bolígrafo, ahhh ahora sí… ¿cuál es tu nombre?. El autógrafo lo hizo con su famosa firma de lentecitos en una servilleta. La misma se me perdió casi inmediatamente, la siguiente vez que le pedí un autógrafo a un artista fue a ¡Trino Rodríguez en una reunión del Rotary Club de Maracaibo en 2002!

¡Y llegó Héctor José!
El 20 de noviembre nació mi hermano menor al que mis padres bautizaron como Héctor José, ese día fui al colegio con una camisa que no era la del uniforme, el hermano Hilario al verme llegar me dice con tono regañón, ¿Qu
é pasó con tu camisa?, algo asustado le respondí es que mi mamá tuvo un niño hoy y no le dio tiempo de lavarme las camisas… ahora con un tono de disculpa me dijo ¡Caramba! No te preocupes, hoy puedes venir a clases así y mañana también.

Mi papá y mi tío Monzón amanecieron en nuestra casa, celebrando la llegada de nuestro hermanito.

Programas de televisión
Lo que más veíamos en esa época era El Show de Renny mientras almorzábamos y esperábamos el bus de vuelta al colegio. En el canal de regional Tele Trece, Ondas del Lago, me acuerdo de La Marina de Mc Hale con Ernest Borgnine, y la ya mencionada Isla de Gilligan. Otros: Batman, Los Monkees, Misión Imposible y por supuesto las comiquitas.


Entre los programas nacionales estaban Ritmo y Juventud, transmitido por Venevisión, era un concurso de baile, en una especie de maratón, las parejas tenían un número en la espalda, y un jurado los iba eliminando hasta que quedaba una sola pareja, que se convertía en la ganadora. En este programa animado por Wiston Vallenilla, fue donde comenzó su carrera Gilberto Correa en la televisión de alcance nacional.  El Club del Clan, programa de música juvenil donde con frecuencia se presentaban Los Dart con Carlos Moreán (fallecido el 24.10.2017), los 007, los Impalas, Nancy Ramos entre otros, era animado por José Hernández y su hermano Richard Herd (Juvenal Hernández), todo un pavito este Richard. Era transmitido por el Canal 8, que comenzó siendo un canal privado con el nombre de Cadena Venezolana de Televisión (CVTV). También con José Hernandez se transmitía un programa de concursos llamado Si resbala, pierde. El nombre viene del concurso principal, que era el Palo ensebad. Era como un poste lleno de grasa al que había que trepar y bajar un banderín colocado en la parte superior. Era para parejas a punto de cesarse, aunque el que "trepaba" era el hombre, a veces la muchacha ayudaba a su novio. Me acuerdo una vez que un tipo metió arena en los bolsillos y al momento de subir, se la echó al palo, logró el objetivo, pero lo descalificaron.


Miriam Makeba y el Pata Pata
Canciones
Una canción que sacudió a Venezuela y creo que al mundo, fue el Pata Pata de Miriam Makeba. Fue un éxito total, tanto así que la trajeron al país. Yo la ví en La Feria de la Alegría, programa dirigido por Henry Altuve. Organizaron un concurso de baile del Pata Pata y la misma Miriam Makeba fue quien decidió qué pareja había bailado mejor. 
Los Darts con Carlos Moreán, Tu la vas a perder, Dónde dónde. Los 007 y El último beso. Raphael en su primera época con Yo no tengo a nadie, Sin Laura, Digan lo que digan... Amor en el Aire con Rocío Durcal y Palito Ortega. Acompáñame con Rocío Durcal y Enrique Guzman. De estas últimas se hicieron sendas películas.


Germán Montero Alcalá
29 de Octubre, 2017



REFERENCIAS
(1) Wikipedia. Terremoto de Caracas de 1967. Consultada el 29.10.2017.


NOTAS
1 Los Valientes Monroe (The Monroes, en Inglés), fue una serie de televisión que trataba de cinco huérfanos que en los alrededores de 1870 que iban hacia el oeste de Estados Unidos buscando un lugar donde establecerse.

2 Otras canciones eran Caracas cuatricentenaria de Rincón Morales , Doña Cuatricentenaria de Aldemaro Romaro

VIII. Segundo grado y la Primera Feria (1966)

Con el dinero recibido de una herencia, más los ahorros familiares, mi papá comenzó un proyecto de construcción de nuestra casa en la nueva urbanización Maracaibo, casi en el límite norte de la ciudad, tan lejos estaba, que varios amigos le preguntaron a mi papá ¿por qué compraste una casa tan lejos?. Lo más norte que había era la urbanización La Trinidad, un poco más hacia el oeste, el Naranjal aun no lo habían construido, un poco más hacia noreste (pero no mucho) estaba la urbanización Irama. Del lado oeste estaba la urbanización La Estrella, las separaba (y aun es así) la avenida 12. El lado más norte de la urbanización Maracaibo era una larga callecita que en 1971 sería la avenida Universidad o calle 61.

Durante todo el año un paseo familiar frecuente fue ir a ver cómo estaba el progreso de la construcción de nuestra casa, ya existían algunas completas y habitadas, me acuerdo cuando solo era un terreno de tierra arcillosa y las parcelas bien demarcadas. La construcción estaba a cargo de la empresa Construcciones Unión Sociedad Anónima (CUSA), mi padres dieron una inicial y el resto era para pagarlos en 20 años, si mal no recuerdo, el costo fue de 750 mil bolívares (el dólar estaba a 4,50 bolívares, paridad que se mantuvo más o menos igual hasta 1983, ¡qué tiempos aquellos!).

Calle 95, Venezuela
En la segunda mitad de 1966 ya la casa tenía paredes y techo, entrábamos a verla por dentro y yo me imaginaba cómo sería la vida viviendo en una casa así. Nuestra casa, que aun existe, quedaba en la cuadra de la esquina nororiental del conjunto residencial.

El colegio era toda una maravilla, la señorita Consuelo, nuestra maestra, era muy cariñosa conmigo, me hizo sentir como “su alumno consentido”, puede ser que cada quien creyera lo mismo, y de ser así, sería exactamente como debe ser una maestra, hacerle ver a sus pupilos que todos son sus consentidos. Yo seguí cosechando “cuadros de honor mensuales” y hasta colocaron mi foto en el gran cuadro de honor en la entrada principal del colegio, donde estuvo por muchos años, ¡hasta en bachillerato!, pero siendo honesto, creo que ya los últimos años mi foto seguía allí simplemente porque dejaron de actualizar tan prestigiosa lista de alumnos destacados. Era un gran cuadro, con marco de madera y fondo de fieltro verde, contentivo de  unas 100 fotos tipo carnet y sus respectivas identificaciones.

Lecturas escolares
Viajando por Venezuela con tío José
era el título del libro de lectura, trataba de un señor llamado José que tenía uno de esos “carros convertibles” y que con dos de sus sobrinos, una niña y un niño, emprendieron un viaje por las principales ciudades de Venezuela. Estas lecturas dispararon mi imaginación, desde entonces tenía la idea de que al crecer iba a comprar un carro de esos para darle la vuelta la país, y en parte lo logré cuando desde 2003 hasta 2015 hice recorridos que me llevaron a visitar más de 600 pueblos y caseríos, sus reseñas y fotos pueden verse en la página www.pueblosdevenezuela.com.ve 1.
De vez en cuando leíamos cuentos de Tío Conejo y Tío Tigre, y artículos de la extraordinaria revista infantil Tricolor. No me queda duda que la lectura es clave para el desarrollo intelectual de cada persona, y en colectivo, del país. Casi creo que cada quien es lo que ve y escucha, lamentablemente lo más fácil es ver televisión, ver películas o escuchar lo que dicen los demás sobre cualquier tema, la falta de lectura nos hace presa sumisa de los medios de comunicación y de lo que otras personas o grupos de personas quieran que seamos y pensemos. Los libros tienen una diversidad casi infinita, abren la mente y rompen paradigmas (si se lee sobre temas diversos y de diferentes tendencias). Nuestra única arma contra la manipulación es la información, pero información no sesgada, de libre pensamiento, que nos permita tener un criterio propio de las cosas. Otro aspecto importante es viajar, viajar para conocer. Una de las cosas que me gusta de la vida es que en cualquier momento uno se encuentra con algo que no sabía o que es diferente a lo que uno pensaba. Nuestra mente está llena de paradigmas, y lo peligroso de los paradigmas es que pueden dificultar nuestro desarrollo. Venezuela lamentablemente es un país poco lector, y pienso que esa es una de las razones por la que estamos como estamos. Si hay algún mensaje que quisiera que quedara es que se conviertan en ávidos lectores, hay un universo de cosas y temas de los que ni siquiera estas conscientes. Les dejo uno de mis lemas yo solo sé que mientras más sé, sé que menos sé.

No quisiera dejar de mencionar la colección de discos de Cuentos y Canciones de Cri Cri, de Francisco Gabilondo Soler. Mi papá nos compró la edición de Selecciones del Reader’s Digest. Extraordinario regalo y extraordinaria obra, estos cuentos en verdad estimularon mi imaginación. Hace unos años los encontré en Internet, y me volví a divertir escuchando estas narraciones hechas por el propio Gabilondo. Eran 9 discos de acetato, bien fuertes, que escuchábamos en nuestro tocadiscos o “picó” marca Grundig, de este aparato hablaré de nuevo en la reseña de 1971.

Los buses
Es interesante ver el esfuerzo que hacíamos nosotros, nuestros padres y profesores con las jornadas de doble turno, las clases eran de 7:00 am a 11:30 am y de 1:30 pm a 4:30 pm, con un recreo a mitad de cada turno. Eran cuatro viajes, dos de ida y dos de vuelta. Al mediodía llegábamos a almorzar y otra vez al colegio. No me acuerdo cuántos eran, pero por lo menos habían tres buses: el 2, el 3 y el 5. El número dos era uno de esos grandes, clásicos, el tres y el cinco eran más pequeños. En los buses había siempre algún estudiante de cuarto o quinto años (a los cuales me imagino que les pagaban algo) que cuidaban el comportamiento de los más pequeños en el transporte. Dos de los que me acuerdo eran los bachilleres Guanipa, y Domingo Iglesias, este último personaje era muy simpático y con frecuencia cantaba

          Salí del pueblo pa’ ver las fiestas,
          la Lola Flores y el Cordobés.
          Iba contento con mi ‘biscuter’
          y mi carnet de la conducción.
          Había un peligro en la carretera
          no me importaba porque era yo.
          En una curva me tragué un burro
          sin luces rojas de situación
2.

Yo iba tranquilo en el bus porque siempre me quedaba dormido entre tantas vueltas, aunque una vez Guanipa me castigó con 50 líneas de No debo dormir en el bus, hice las planas, pero me seguí durmiendo, era inevitable. Los autobuses eran verdes y debidamente rotulados con el nombre del colegio y el necesario HH. Maristas.  Por aquellos años cada colegio grande tenía sus propios buses con sus propios colores, de manera que uno sabía qué bus era el del San Vicente, el del San Francisco de Asís, el del Gonzaga, etc., dato este muy importante para la época de carnaval, cuando los muchachos nos escondíamos en casa de alguno de nuestros compañeros a esperar que pasaran los buses de colegios de niñas para lanzarle “bombas de agua” o “vejigas” como eran más conocidas, pero a veces no importaba si era de niñas o niños, nuestro bus recibió muchas de ellas estando yo allí.

Las metras
Metras, matecitos y bolones
En el recreo jugábamos “bolitas”, como se le decía en Maracaibo, como yo las conocí en Caracas, les decía “metras”, “bolitas” me parecía de mal gusto. El juego metras tenía varias modalidades, una de ellas era “la hueca”, que consistía en una especie de “bolas criollas” donde “la hueca” era como decir el boche. La idea era meter la metra en la hueca, que no era más que un hoyo en el asfalto o en la tierra dura. El hoyo lo hacíamos con una chapita (tapa) de refresco. La hueca tenía sus reglas, por ejemplo al lanzarla, uno de los jugadores podía decir ¡cuatro dedos para atrás! lo que hacía que donde cayera la metra del contrincante, éste debía mover la metra cuatro dedos horizontales hacia atrás. Más extremo era decir ¡cuatro dedos pa’tras, la pata y la yuca!, esto es, además de los cuatro dedos, la distancia de un pie y del codo a la mano. La contra a esto era decir antes de lanzar la metra Tóo, tóo y ná ná, es decir todo lo bueno y nada en contra (todo todo y nada nada). Otra modalidad era colocar unos cartones que se ponían a ras del piso con unos huecos o entradas, sobre las cuales había unos números, por ejemplo 2 y 5. A una distancia de unos 5 metros, el jugador lanzaba la metra y si entraba por la de dos, le devolvían su metra y dos más, si entraba por la de cinco, entonces eran su metra y otras cinco. Si no la metía por ninguna puerta, perdía la metra. Otra variante era el llamado montoncito, donde se colocaban tres metras en triángulo y encima de las tres otra con la que se hacía el montoncito, la distancia desde donde se lanzaba era como de unos diez metros, si el lanzador le acertaba al montoncito se las llevaba todas, si no, la perdía. Por último, había otra modalidad en la que a una distancia razonable, diez metros también, se colocaban dos metras separadas por una pequeña distancia, y el “apostador” decía ¡dos pago diez, una pago cinco!, esto es, si le pegaba a las dos con un solo lanzamiento, el jugador recibía diez metras adicionales, si le pegaba solo a una, entonces recibía cinco, sino lo le pegaba a ninguna, perdía la metra. Por supuesto, las discusiones eran muy frecuentes.

Habían unas metras especiales, que no eran de vidrio transparente, sino blancas con vetas de colores, a estas le decíamos matecitos, eran muy preciados, algunos las cambiaban hasta por diez de las comunes, y algunos ni por nada del mundo. Mi tío Miguel Alcalá me regaló unos matecitos de cuando él era niño, eran como cinco, y fue la verdadera sensación entre mis compañeritos. También habían otras como el triple de grandes que las llamábamos bolones. Quizás todo esto exista aun.

Los de Bonanza en la feria del 66
Feria de La Chinita
La Primera Feria Internacional de La Chinita se realizó en 1966, fue una iniciativa del Sr. César Casas Rincón. Hubo mucha publicidad por estas primeras fiestas citadinas, a la cual fueron invitados algunos artistas de otros países. Lo único que recuerdo es que mi papá nos llevó a ver en los canales de Lago Mar Beach, donde ahora está el conjunto residencial Isla Dorada, a una presentación de esquiadores acrobáticos venidos de Florida (Estados Unidos), logramos colocarnos en excelentes puntos de observación a un lado de los canales, allí vimos las famosas pirámides humanas y demás piruetas típicas de estos espectáculos. Estando concentrados en esto, perdimos la atención al escuchar un bululú en las proximidades, alguien dijo ¡Llegaron los de Bonanza!, nos acercamos y efectivamente estaban algunos de los artistas de la famosa serie de vaqueros, supongo que estaba el que hacía de papá (Lorne Greene) y el 
benjamín de la familia (Michael Landon), pero del que me acuerdo haber visto es a Hoss Cartwright (Dan Blocker), con su extraño sombrero. Por todas partes habían unos colgantes metálicos circulares, como de 20 centímetros de diámetro que en el centro tenían una imagen de la Virgen de Chiquinquirá en un cuadrito de lata dentro del anillo exterior, hasta algunos carritos por puesto los llevaban colgando bajo el espejo retrovisor interno. Cuando estaba en la universidad, a finales de los 70, fue cuando la feria se convirtió en la Feria de los Potes, hablaré de esto en su momento.

El día 15 de noviembre en la noche todo el mundo quedó en vilo con la noticia de que un avión que venía de Caracas no podía aterrizar porque no se le abría el tren de aterrizaje, estuvo casi dos horas dando vueltas y vueltas, algunos decían que era para que se le agotara el combustible y así disminuir el peligro de explosión ya que el plan era aterrizar “de barriga”. La consternación fue general, todo el mundo rezándole a Dios y a La Chinita por la vida de los que venían en la aeronave, hasta que por fin aterrizó y todos se salvaron, para muchos fue un milagro, tanto así que la tripulación y algunos pasajeros hicieron una caminata nocturna por la avenida Delicias hasta la Basílica, donde el capitán Florencio Núñez le colocó sus alas de piloto a la imagen de la Virgen en la tablita (1), creo que aun siguen allí.

Ir a la Basílica en esa época era adentrarse en El Saladillo, lleno de las casas de grandes ventanales, altos techos de tejas, estrechas callecitas, a veces complicadas por el tráfico vehicular. Una vez iba caminando por allí desde la Basílica hacia la Plaza Bolívar con mi papá y de pronto aparece una iglesia grande, parecía no caber en ese espacio tan nutrido de casas, se trataba de la iglesia de Santa Bárbara. Creo que quien no haya tenido esta experiencia no puede entender bien aquella gaita del conjunto El Saladillo de RQ que dice:

          Se disiparon los muros
          que antaño las separaban
          ellas nunca se miraban
          Santa Bárbara y La China
          frente a frente están hoy día
          y desde San Juan de Dios
          podéis rezarle a las dos
          camino a Santa Lucía.

Por cierto, en una de esas callecitas del centro, quizás en la llamada Calle Ciencias, había un museo precisamente de cosas de la naturaleza, tengo que averiguar, porque se que una vez fui, pero mis recuerdos son muy vagos. Cerca del edificio de la Alcaldía estaba la sede de Panorama, siempre me llamaba la atención pasar por esos lugares.

Nuestra nueva casa
El 6 de diciembre de 1966 nos mudamos a nuestra flamante casa de la urbanización Maracaibo, en la Calle 61A. Mi papá le puso como nombre Montalca, por Montero Alcalá. Muy contentos estábamos todos, en ese sector muy pocas casas estaban habitadas. Todo olía a nuevo, a pintura, a cemento. El agua tenía muchísima presión a pesar de venir directamente de la calle, nada de sistemas hidroneumáticos ni tanques. La electricidad venía por cables subterráneos, juegos de cuarto nuevos. La casa tenía tres habitaciones grandes, una era para mis padres, la otra para mi hermana y la otra para mi hermano Jorge José y yo.

Otros eventos de 1966
El 19 de mayo los noticieros de la televisión anunciaron la muerte de Alirio Ugarte Pelayo, fue un abogado e importante político larense. No tenía idea de quién era, pero no se por qué hasta el sol de hoy me acuerdo del impacto que tuvo en mi su trágica muerte (suicidio), quizás porque me resulta un poco extraño su nombre.

Ese mismo año estuve en las clases de catecismo, participé en algunas reuniones de la Legión de María, que se hacían los sábados por la mañana, y el 8 de mayo hice la Primera Comunión en el colegio. Contamos con la participación del obispo de Maracaibo Domingo Roa Pérez.

En septiembre, comienzo de tercer grado con el hermano Hilario.



Germán Montero Alcalá
22 de octubre de 2017

VII. Comienzo en Los Maristas (1965)

¡Y llegó el gran día!, en septiembre de 1965 comencé mis estudios de primaria en un colegio increíblemente grande comparado con todo lo que hasta ahora había conocido: el colegio Nuestra Señora de Chiquinquirá, de los Hermanos Maristas.

Con el uniforme de pantalones cortos de color kaki y camisa celeste, medias blancas y zapatos negros, me dejaron en esa inmensidad junto a todo un mar de niños que corrían de un lado a otro, los que se veían quietos eran los de mi tamaño, seguro que todos estaban como yo, con una gran expectativa de lo que nos pasaría de ahora en adelante. Tal como era ya lo usual, mi mamá me dejó en el área de primer grado con el hermano Fernando Murgui (1), quien sería nuestro maestro por ese año. Esta vez no lloré al ver salir a mi mamá y dejarme en mi nueva escuela, me sentí orgulloso de mi mismo cuando vi a otros que con un lastimero llanto se abrazaban a las piernas de sus madres rogándoles que no se fueran.

Solo y sin conocer a nadie comencé a explorar la zona, un descomunal patio donde jugar y correr, con una cancha de basket ball y hacia atrás un campo de fútbol, todo de tierra. Mi estado de embeleso, con todo lo que veía y sentía, fue cruelmente interrumpido por un fuerte sonido de sirena, Uuuaaaaaaaa… vi a todos los niños corriendo hacia las entradas laterales del edificio, los que estaban cerca de mi gritaban ¡la sirena, la sirena!, mi confusión aumentó al escuchar esas palabras, ¿a caso hay sirenas por aquí?, ¿no debería haber algún mar?, ¿será que vienen del Lago?, ¿son monstruos terribles?, ¿por qué corren?, ¡caramba!, en ese momento no sabía que la palabra “sirena” también se usa para el sonido ese que se usa para advertir algo1, en este caso era para indicar que ya las clases iban a empezar.

Nuestro maestro era un religioso, para mi era un “cura”, ya que usaba una sotana blanca, o más bien, color crema. Su nombre era Fernando Murgui Íñigo, bastante joven, apenas tenía 20 años de edad en 19652, aunque nosotros lo veíamos como una persona muy mayor. Fue un profesor muy cariñoso con todos, muy metódico y con muchas ideas para la enseñanza. Recuerdo que octubre era el Mes de las Misiones, tiempo en que se recogía dinero para ayudar a las misiones religiosas en el mundo, nosotros lo hacíamos especialmente para la Misión El Tokuko en la Sierra de Perijá. Pues, al Hermano Fernando se le ocurrió la idea de colgar unos avioncitos de juguete que avanzaban desde la pared del fondo, donde estaba el último de la fila, hasta el primero. Estaban sostenidos por una especie de carril aéreo hecho de pabilo y que avanzaba según los aportes de cada fila de alumnos. Era una especie de competencia a ver qué fila aportaba más a las misiones.

Alumnos de Primer Grado 1965.
Estoy en la segunda fia, tercero de derecha a izquierda
Entre los compañeros que recuerdo en primer grado estaban Hugo Nava, Franklin Arenas, Juan Carlos Tobías, Clemente Romero, Marco Urribarrí, José Guillén, José Manuel Buitrago, Omar Andrade, Carlos Soto, Luis Felipe Delgado Medina, Joseph Vesak Gottschalk, Humberto Villalobos, Luis Gómez, Edward Sambo, Fernando Criollo, Alexis Rafael Felipe Pío Sánchez Padilla, Livio De los Ríos, Víctor Zacarías, Javier Mirabal, Claudio Hernández, Arnoldo Asprino, Ricky Inceiarte, Alberto Soto, Gustavo Rubio y Jorge Machín. Habían más pero eso son los que de alguna manera se mantienen en mi memoria. Con muchos de ellos todavía tengo contacto gracias a las bondades de la Internet.

Algunos de los compañeros
(tomado de Ensayos 1965)
Franklin Arenas siempre sacaba 20 en conducta, yo también, pero algunas veces 19, Franklin siempre 20. La verdad es que, modestia aparte, yo era un buen estudiante y muy disciplinado. Cuando entregaban la boleta también otorgaban un pequeño diploma, lo llamaban Cuadro de honor mensual, era solo para los que lograran las mejores notas, yo obtuve muchos de ellos, se que Hugo, Franklin, José Guillén y Luis Felipe también.  

Solo había una sección para primer grado, el resto de los cursos, incluso secundaria, tenían dos secciones, parece raro, dado que la mayor demanda de cursos debería haber sido primer grado. El hecho de que mi papá también fue un alumno del colegio, por allá por los años 30, tuvo alguna prioridad para el asunto de mi cupo.

El año pasó sin ningún contratiempo, las tareas descritas en el Diario Escolar y hechas en cuadernos timbrados con el escudo del colegio, éstos, al igual que otros utensilios como lápices, borradores y sacapuntas se compraban en el mismo colegio, a veces el hermano Felix Anselmo era quien atendía esta venta, este hermano fue de grupo de pioneros que llegaron a Maracaibo en 1925, nació en 1903 y murió en 1985 (2). Con frecuencia estaba en el patio como asegurándose que las cosas estaban en orden. Curiosamente usaba un casco de esos de safari.

Medallas
El acto de fin de curso fue en el Cine Roxy, cuya entrada principal estaba en la avenida 3Y (San Martín) entre las calles 80 y 81. El teatro estaba lleno de alumnos y representantes, los alumnos estábamos en la parte delantera y los representantes hacia atrás. Usábamos el llamado “uniforme de gala”, que consistía en un pantalón color crema y una chaqueta azul oscuro, se usaba para eventos especiales como la foto del grupo y acto de fin de curso, éste comenzaba con la entrega de medallas a los estudiantes destacados. Habían 5 categorías, una medalla por cada una, estas eran: conducta, estudios, mérito, religión y asistencia. No estoy seguro a quién se le otorgaba (aun no lo se) la medalla al “mérito”, pero las demás eran a aquellos alumnos de 19 ó 20, la de “asistencia” era para aquellos de “asistencia perfecta”, ni una falta. Pues, por supuesto comenzaban por primer grado, yo me dije voy a estar atento para ver cómo lo hace el primer niño para no equivocarme hacia dónde y cómo recibir las medallas y el diploma, cuál no fue mi sorpresa que al apenas terminar de pensar en lo de voy a estar atento… cuando escucho por los altavoces Germán Montero Alcalá, medallas de Religión, Conducta, Estudios y Mérito. ¡El primero! ¿y ahora? Entonces escuché a alguien que me decía por la escalera, por la escalera, las subí, y luego para allá no, para allá no, sigue hacia donde está el señor con el micrófono… todo confundido llegué hasta el lugar adecuado y me pusieron mis 4 medallas, el segundo fue José Guillén, no se si fue que quedó de segundo o es porque aleatoriamente me llamaron a mi, dado que José también obtuvo las mismas 4 medallas, fuimos los únicos. Parecíamos unos generales de la era soviética con el medallero, solo los nos faltó la de asistencia3. Supongo que falté algunos días por alguna de esas enfermedades como paperas, lechina o sarampión, me dieron las tres cuando era muy niño, pero no recuerdo en qué año. Digo que supongo que fue eso porque a mi me gustaba ir al colegio, ¡tal como a Lisa Simpson!.

En septiembre comencé el segundo grado con la Señorita Consuelo, no recuerdo su apellido, pero lo relevante aquí fue que por primera vez no todos los cursos eran guiados por hermanos maristas, esta vez tuvieron que contratar maestras. Yo quedé en la sección “A”, y así fue durante toda mi paso por el colegio, con excepción de primer año, que abrieron una sección “C”. En el “B” también había una maestra, no recuerdo su nombre.

En segundo grado entraron algunos de los que fueran mis mejores amigos de la infancia: Daniel Belloso Leiva, José Manuel Buitrago, Leonardo González y Jorge De Oteiza.

Gaiteros del Saladillo en Grano de Oro (1965)
Para las navidades de ese año mi papá contrató un grupo gaitero para que tocaran un set en la casa, fue muy emocionante ver a los músicos bajarse con sus instrumentos y acomodarse en nuestra salita, mi papá había invitado a algunos amigos y familiares para que también disfrutaran de las gaitas. Creo que fue mi primer encuentro con este género musical zuliano, no me acuerdo qué gaitas eran pero si me acuerdo de un disco que compró de Cardenales del Éxito con aquella famosa:

                    Esta es la gaita del día del año 65
                    tanto el pobre como el rico
                    la canta con alegría (bis)

                    Y a cantar y a gozar
                    esta gaita sandunguera
                    música maracaibera
                    que todos deben corear
                    con alegría sincera
                    para las Pascuas gozar

La otra de Cardenales4 que me impactó fue aquella que decía así:

                    Los niños pobres preguntan
                    ¿Dónde está San Nicolás?
                    y los niños ricos juegan,
                    y los niños ricos juegan,
                   felices en Navidad.

Las gaitas de esa época no tenían ningún instrumento electrónico, solo eran cuatros, furros, maracas, tamboras y charrascas. Muy tradicional era el conjunto Barrio Obrero de Cabimas, con su ¡Allá va!, ¡Allá va!, ¡Allá va!.

Otras gaitas o semejantes que recuerdo de mi infancia era aquella con ritmo de contradanza, La gaita de Aniceto Rondón y La Cabra Mocha de Josefita Camacho. Había una especie de competencia entre Cardenales del Éxito y el Saladillo, con Ricardo Aguirre y Nerio Matheus. 

De Caracas nos llegaban los villancicos de Los Tucusitos con su

                     Tucusito, tucusito
                     llévame a cortar las flores
                     piensa que en las navidades
                     se cortan de las mejores..

En el cine estaban presentando películas como La Novicia Rebelde (The Sound of Music), fui con mi mamá y mis hermanos a verla en el cine Urdaneta, que quedaba frente al parque Urdaneta (Avenida 7 entre la calle 92 y la avenida Padilla). Esa película fue tan larga que como a la hora y media nos encontramos con un corte abrupto de la película y un letrero apareció anunciando un Intermedio para que uno pudiera ir al baño y comprar más chucherías.  Otra película que vi en ese cine fue Blanca Nieves, era una película viejísima, del año 1937, pero todavía la pasaban en los cines, yo entraba en pánico cada vez que salía la bruja de las manzanas, ¡cerraba los ojos y me aferraba al brazo de mi mamá!.

En la televisión pasábamos un buen tiempo viendo “comiquitas”, que por cierto ¡eran en inglés!, me aprendí la cancioncita de Gasparín con aquello de Hey my friends my name is Casper, I wanna be a friend of you… Otras eran las Urracas parlanchinas, que las anunciaban en español pero eran en inglés también. Algunos programas cómicos “enlatados” eran The Comedy Capers, Laurel y Hardy (que en español los llamaban como El Gordo y El Flaco) y por supuesto Los tres chiflados, ¡todo en inglés!, no entendíamos nada pero parecía ser natural así. En la TV venezolana solo me acuerdo del canal 2 (RCTV) con el programa de Renny Ottolina y el Observador Creole con el narrador Francisco Amado Pernía, por cierto en la radio también tenían un espacio de noticias que comenzaba con la voz de un pregonero diciendo ¡El Reporter Esso!, ¡El Reporter Esso!. Otros programas eran Los Picapiedras, Tom y Jerry, El Pájaro Loco.

Esto fue mi 1965, dejaré 1966 para la próxima entrega.



Germán Montero Alcalá
8 de Octubre 2017



Referencias
(1) MARTÍNEZ, Hno. Jesús. REVILLA, Hno. Isaac. MARTÍNEZ, Hno. Tomás.   Historia de la Venezuela Marista (1925-2002). Comisión de Historia Marista de Venezuela. Hno. Jesús Martínez, Hno. Isaac Revilla y Hno. Tomás Martínez. Provincia Marista Norandina. Juno 2014. p.125. Publicado en intenet http://es.calameo.com/read/00131529332edfcdd5456 (Consultado el 07.10.2017).

(2) Op. Cit. P. 41.



Notas
1 Ahora que lo pienso, supongo que llamar a ese sonido así, o al aparato que lo produce, es por aquello del Canto de las sirenas, que el valiente Ulises escuchó saliendo ileso de semejante experiencia.

2 El Hermano Fernando Murgui Íñigo, llegó a Venezuela en octubre de 1964, dejó la orden Marista en 1983. Por lo que he encontrado en Internet, al parecer regresó a Navarra (España), fue miembro del profesorado de Religión de Navarra de la Federación de Enseñanza de USO, y presidente de la organización Ayuda al Tercer Mundo Medicamentos (ATMM). Me siento orgulloso de que una persona de tal calibre haya sido mi maestro.

3 Obtuve siempre 4 medallas, la que más fallé fue la de asistencia, pero siempre por una o dos faltas, no más. Mi papá, orgulloso del medallero, hizo un cuadrito con fondo de fieltro verde para colgarlas todas, así estaban hasta que desaparecieron en un robo a nuestra asa en Mérida en 1970. Cuando regresamos a Maracaibo mi papá fue al colegio, les “echó el cuento” del robo y logró que le volvieran a dar casi todas las medallas, faltaron algunas. De todas maneras se me perdieron con el tiempo, solo encontré 2 que son las que aquí muestro.


4 Mi hermana asegura que esta gaita es de un grupo llamado Los Picapiedras, la verdad es que recuerdo que el disco estaba en la casa, pero las reseñas que he encontrado dicen que era de Los Cardenales. Ojalá alguien me ayude con esto.

VI. Entre Grano de Oro y el Mercado (1965)

Durante el gobierno de Leoni la vida parecía fluir normalmente, al menos para una familia de clase media como la nuestra, la gasolina tenía hasta cinco niveles de octanaje, existían estaciones de servicio de múltiples marcas como Shell, Mobil, Texaco y así, se veían muchos musiúes por las calles. Tiendas como Sears Roebuck ubicada en la avenida 22 con la calle 73, siempre estaban repletas de productos americanos de muy buena calidad. Esta tienda Sears hasta tenía su propia marca de aparatos acondicionadores de aire, nuestras habitaciones contaban con equipos de esta marca que nos duraron muchos años.

En nuestra casa de San Martín fue donde vi por primera vez al El Zorro con Guy Williams, y donde descubrí que el Niño Jesús eran nuestros padres, los escuché colocando los regalos de navidad debajo del arbolito que estaba en la salita. Nadie decía “Santa”, en todo caso San Nicolás, pero el Niño Jesús era más popular que San Nicolás. Ahora ni siquiera es San Nicolás, sino solo Santa. Al principio me pregunta por qué eso de “Santa”, como Santa Ana o Santa Rita, ¿es que acaso así es en inglés?, la duda la tuve por muchos años hasta que me enteré que el “Santa” viene de del holandés pasando por el inglés. El San Nicolás navideño es una tradición holandesa que luego pasó a Estados Unidos, en el idioma neerlandés se dice Sinterklaas, que a los oídos neoyorkinos les sonaba a Santaklaas y finalmente Santa Claus. No se cómo pude aguantar la curiosidad y volverme a dormir, pero al despertar salí corriendo para ver los regalos bajo el arbolito, habían unos dos o tres para mí, pero el que recuerdo era un hermoso barco tanquero petrolero llamado USS Dolphin, medía como un metro de largo y tenía, además de rueditas para poder jugar con él sobre el piso, un motorcito eléctrico que movía unas propelas tal como un barco real. ¡Qué grande fue mi emoción al verlo navegar por primera vez en las aguas de la piscina del Club Bellavista, al cual mi tío Miguel de vez en cuando nos invitaba. Este club era para los trabajadores de la Shell, y mi abuelo Miguel Ángel le dejó la membresía o acción, como herencia, a su hijo mayor. Fue el primer regalo de navidad que recuerdo, seguramente comprado en la juguetería Rogers Toy Store.

Un paseo clásico de los sábados por la noche era ir a comer helados en la heladería Alfa, con sus famosos helados del mismo nombre. Era una heladería como los drive-in americanos, es decir, sin bajarnos de la Opel color ladrillo llegaba una mesonera, nos tomaba el pedido y al rato colocaba una bandeja que se sostenía en una o varias ventanas de la camioneta con unos pie de amigo desplegable y allí colocaba los helados. Siempre pedíamos el de crema reina con sus pasitas. Quedaba en la Avenida Bella Vista entre las calles 82 y 83. 

Aeropuerto Grano de Oro
Otro paseo interesante era ir al aeropuerto Grano de Oro, la avenida Universidad no existía, de manera que había que ir hasta la calle 77, 5 de Julio, luego la avenida 22 y finalmente pasar por la plaza Indio Mara, inaugurada en 1949, donde el gran cacique local parecía darle la bienvenida a los visitantes que llegaban a Maracaibo por avión.

Sofás en la sala de espera del aeropuerto
Lo primero que uno se encontraba al entrar a la terminal aérea era un gran mural que representaba como una jungla, recuerdo un hermoso tucán y un guacamayo en una de los extremos del mismo. No tenía acondicionadores de aire, pero era fresco, la sala de espera tenía muchos muebles estilo sofá, es decir, no eran las duras y frías butacas que actualmente hay en muchos aeropuertos. En el segundo piso había un balcón muy grande, ¡una terraza!, desde donde uno se podía asomar para ver llegar y salir a los aviones, y esperar a los familiares y amigos a que salieran por las puertas de las aeronaves para saludarlos.

Uno de los murales del aeropuerto
Solo habían dos líneas aéreas nacionales, Aeropostal (LAV) y Avensa, quizás habían más, pero  eran las que un niño como yo tenía la posibilidad de conocer. Los vuelos nacionales se hacían en aviones a hélices (o de “tarabitas” como decíamos nosotros), los internacionales como los de las líneas Viasa, KLM y Panam ya eran del tipo “jet”. Pero emocionante también era ir a la librería Aeropuerto, ubicada en la sala de espera, para comprar los “carritos de hierro” que costaban dos bolívares, yo tenía una colección de ellos, todos en el colegio comentábamos sobre tal o cual modelo comprado en el aeropuerto.

Uno que otro sábado por la mañana iba con mis padres a comprar alimentos en el mercado libre de Maracaibo, que quedaba en lo que es hoy el Centro de arte Lía Bermúdez, que funcionó como mercado hasta el gobierno de Caldera I (1972), cuando fue mudado para el llamado Mercado de Las Pulgas. Me pareció muy cómico este nombre, pensaba que era una cuestión de chispa criolla, hasta que muchos años después me encontré con que es un término internacional, quizás del francés marché aux puces, que pasó al inglés como flea market y al español como mercado de las pulgas. ¡Hay tantas cosas que uno cree que son muy criollitas y resulta que vienen de otros países!. Por nombrar algunos pocos, el río Manzanares que pensaba que era original de Cumaná, resulta que es el río que pasa por el medio de Madrid, ¿y de cuándo acá hay manzanas en Venezuela?, el mango viene del sur de la India, es más, la palabra viene del idioma Tamil, mankay. O las “bolas criollas”, que me parecía tan de aquí que hasta tenía la palabra “criolla”, ¡cuál no fue mi sorpresa cuando me encontré con una cancha del mismo juego en las afueras de Roma, en un sitio llamado Castel Sassone, y por si había dudas, vi a unos señores jugando, eso fue en 1973. Y ya para cerrar el comentario, hasta la palabra “criollo” no es de aquí, algunos dicen que viene del portugués crioulo y otros que viene directamente del latín creare. Se usa en muchos países de habla española y hasta al francés de Haití le dicen “Creole”.

Pero regresando al mercado, para mí era toda una experiencia entrar a ese laberinto de pequeños cubículos donde se vendían toda clase de verduras, especias, carnes y quincallas. Al apenas poner un pie dentro del bazar criollo, un torbellino de olores golpeaban mi olfato, olores fuertes, suaves, dulzones, pero en la mayoría de los casos agradables. Si el olfato tenía su dosis estimuladora no menos era así con el oído, que se encontraba sumergido en toda una cacofonía de voces que se cruzaban entre clientes y vendedores. ¡Ese era nuestro mercado!. La estructura fue diseñada por el ingeniero belga Leon Jerome Hoet1 . Mi papá compraba las naranjas en la zona de Las Playitas, una vez fui con él y cuando preguntó que a cómo tenían las naranjas, el vendedor le contestó a ocho bolos el ciento, la reacción de mi padre fue ¿Qué? ¿Y por qué tan caras? Bueno, dame acá. Vendían las naranjas en sacos de malla sintética, mi mamá nos hacía jugo con ellas.

Y ya que menciono las naranjas, hubo una época en que mi mamá nos daba toronjas como desayuno, de esas que por dentro son como rosadas, las partía por la mitad y con un instrumento especial cortaba rápidamente los gajos, nosotros, para contrarrestar lo ácido, le echábamos una generosa cantidad de azúcar. Otros tipos de desayuno eran más o menos iguales que los de hoy en día: conflei (corn flakes) en un plato de avena con leche, café con leche (el cual muchas veces nos lo tomábamos con conflei), arepas con queso frito, jamón y así.

¡El número de teléfono de la casa era de cuatro cifras!, 4961, aun me acuerdo. Ya existían los de cinco cifras, casi todos empezaban por siete, pero el nuestro era uno de los “cortos”. El aparato de teléfono era de esos negros pesadísimos, del tipo heavy duty.

En aquellos días mi papá compraba regularmente la revista Selecciones, a la que nosotros le decíamos Selecciones del Reader’s Dígest, así como suena, pensaba que Reader’s Dígest era la persona que escribía la revista o el dueño de la empresa, muchos años después fue que me enteré que, primero, se pronuncia algo así como ríder dáidyest y segundo, que esto no es el nombre del dueño de la empresa sino que es la traducción de “Selecciones del lector”. La revista siempre estaba ofreciendo en promoción muy buenos libros, fue así como un buen día mi papá se apareció en casa uno bien grande llamado El Atlas de Nuestro Tiempo, sin temor a equivocarme puedo decir que este es uno de los libros que más influyó en que me interesara la geografía e historia mundial, fue uno de mis libros de cabecera por años, página por página se me iba grabando con fuego en mi memoria, hacía recorridos imaginarios por todos los países, marcaba las rutas con un lápiz, calcaba los mapas, me estudiaba las estadísticas, los más y los menos del mundo. Los ríos más largos, las montañas más altas, los países más poblados, los idiomas más hablados, la distribución de las religiones y así. Fue el comienzo de mi idea de ser un verdadero ciudadano mundial.

Raquelita Castaños 1965
Había una niñita que de vez en cuando salía en la televisión y que me gustaba mucho, se llamaba Raquelita Castaños, y las canciones que más me acuerdo son Besos y cerezas, Los Claveles de Galipán y la Chica del 172.

En septiembre de 1965 entré en primer grado en el colegio Nuestra Señora de Chiquinquirá de los Hermanos Maristas. Pero eso lo dejo para la próxima entrega.


Germán Montero Alcalá
1ero de Octubre 2017



Notas
1 Leon Jerome Hoet (1891-1944), fue constructor de muchos edificios en Maracaibo, además del mercado, está la Basílica Nuestra Señora de Chiquinquirá, el teatro Baralt y el Hospital de Niños entre otros. El “Hoet” se pronuncia jut en flemish o flamenco.

2 Par de enlaces con canciones de Raquelita.
https://www.youtube.com/watch?v=y3Ra2nlY7XY (Raquelita Castaños, Los claveles de Galipán).

https://www.youtube.com/watch?v=FNU6r0LGtQ8 (Raquelita Castaños, La Chica del 17).

Primer gran viaje. Lima '80. Cusco. 11.

Cusco Pisaq, Valle Sagrado, Ollantaytambo 17 de agosto de 1980 Nuestro día comenzó con el despertar a las siete de la ma...